36. Tienes que elegir

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Todavía no supero a Marc. Lo sé porque cada vez que le veo aparecer mi cuerpo se estremece. Mi cuerpo tiene buena memoria y recuerda todo lo que hicimos en una sola noche. A veces sueño con él. Sueños cortos y borrosos, pero sé que es él y sé lo que estamos haciendo.

Mientras los estudiantes que se dedican al decorado trabajan al final del salón de actos, nosotros ensayamos algunas escenas otra vez. Repetimos la escena en la que nos damos la mano porque, según él, es una de las escenas claves. Tiene suerte porque Louis y yo somos buenos haciendo esto y no necesita corregir demasiadas cosas. Lo hacemos tan, tan bien... que hasta sentimos el cosquilleo real al tocarnos. Justo como la primera vez. Nada ha cambiado. Lo odio por hacerme sentir así.

Marc nos obliga a lanzarnos con la escena final, esa en la que los protagonistas confiesan lo que sienten, Leila admite haber dejado a su novio con el que iba a casarse, y se dan un abrazo final. Sí, el famoso abrazo. Nada de besos porque estamos en una institución educativa y a nadie le interesa ver como dos estudiantes intercambian saliva.

Los brazos de Louis, o Thomas si lo prefieres, me rodean la espalda y me estrecha contra él. Trato de mantenerme en mi papel y pensar constantemente que es una escena, que es teatro, no es real. Como los actores de las películas y las series cuando se besan o fingen tener sexo. No es real, Kayla.

Entonces, la encargada de abrir y cerrar el telón aprieta el botón y las cortinas se deslizan por el escenario. Cinco, cuatro, tres, dos, uno... El telón se cierra por completo y solo nosotros dos quedamos a oscuras sobre el escenario. Me aparto inmediatamente de él y asomo la cabeza por la rendija de la cortina.

—¿Todo bien? —le pregunto a Marc, que continúa sentado en un asiento del público.

—Estupendo, para ser la primera vez. —Anota algo en una libreta, probablemente para evitar el contacto visual conmigo—. El próximo día les comentaré algunas mejoras y la repetiremos. ¡Terminamos por hoy el ensayo!

Todos comenzamos a recoger nuestras cosas apresuradamente. Se nota que tenemos ganas de llegar a casa. Me cuelgo el bolso en el hombro y echo a andar, sintiendo la presencia de Louis a mi lado. Ninguno pronunciamos palabra, solo caminamos en silencio en dirección a la salida. Cuando atravesamos la puerta, nuestros caminos se dividen, para su sorpresa. Hoy no voy directa a casa, debo hacer algo antes.

—¿No vuelves a tu casa? —me pregunta, al ver que me dispongo a abandonarle.

—Tengo una misión. —Sonrío misteriosa y me doy la vuelta. Hasta que me invade una extraña sensación de vacío al pensar que no haremos el trayecto juntos—. ¿Quieres venir?

—No rechazaría un plan así.

Y así fue cómo terminamos entrando en el supermercado en el que trabaja Daniela, la crush máxima de Anais. Ni siquiera podía estar segura de que hoy estuviera aquí, pero no tardo en encontrarla ordenando la comida de gato en las estanterías. Ahí está su melena oscura y brillante y sus tatuajes de los brazos asomando por la manga de la camiseta.

—¿Tu misión era espiar a Daniela? —me pregunta Louis, desde atrás.

—Más o menos —respondo y me acerco a ella.

Parece concentrada con su labor así que me veo obligada a llamar su atención.

—Hola.

Da un brinco y se encara conmigo con su mejor sonrisa.

—Hola, buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarte? —Su sonrisa desaparece y frunce el ceño—. Oh, vaya... Kayla Anderson por aquí...

—Sí, bueno... Te he visto a lo lejos y decidí venir a saludarte. —Me toqueteo el pelo de forma descarada. Necesito saberlo—. Así que trabajas aquí...

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora