13. No quiero tríos

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Salgo del instituto casi al mismo que Finn, por eso espero en la acera de enfrente. Se despide de sus amigos, Joan incluido, con palmaditas en la espalda y choques de palmas y puños. Cruza la carretera y viene en mi dirección. Yo me fijo más en su grupito de amigos, que no me quitan el ojo de encima. Hablan entre ellos, me miran, desvían la vista, hablan otra vez... Me hacen gracia, así que levanto la mano y la agito, saludándoles.

Flipan. Se ríen y ponen caras incrédulas, menos Joan. Él se hace el loco, como si mi saludo y la reacción que generó no fuera con él.

—Deja de hacerles ilusiones —se queja Finn una vez que llega a mi lado, y echamos a andar.

—Yo no rechazo a nadie —declaro, con normalidad—. Ahora son chicos de quince, pero en unos años serán legales y quizá estén buenos.

—Ugh, asqueroso.

Sonrío ante su comentario y seguimos caminando por la acera en silencio, hasta que unos pasos acelerados detrás de nosotros nos obligan a parar. Un chico de un metro noventa viene hacia mí. Noah. Le sonrío de inmediato.

—Hola, Kayla. —Recupera el aliento y se coloca el pelo—. Sé que me diste tu número, pero he estado pensando en ello y me da un poco de corte escribirte.

Parpadeo rápidamente, conservando una mínima sonrisa.

—Prefiero que me digas en persona cuando puedes... —sigue explicándome. Aguanta el skate con un brazo y con la otra mano sigue toqueteándose el pelo en un gesto inquieto. Probablemente, el simple hecho de haber venido detrás de mí y hablarme ya le suponga un esfuerzo tremendo teniendo en cuenta la inseguridad que demuestra.

—¿Cuándo te viene bien?

—Pues... Tengo el examen dentro de unos días...

—¿Hoy? —le interrumpo, rápidamente—. Quedamos en la biblioteca del instituto.

Se lo propongo con decisión y sin darle más vueltas, para acelerar toda esta conversación. Si fuera por mí, le diría de quedar en mi casa, pero no quiero asustarle.

—A las cinco —añado, él asiente y me despido. Ya está, es así de fácil. No hace falta temblar tampoco.

—¿Skeleton? —me pregunta Finn, una vez que se ha marchado sobre su skate, con las cejas levantadas. Como hermano mío que es, conoce mis intereses.

—¿Todos sabían ese apodo menos yo?

—Incluso él lo sabe. Si lo llamas así, te contestará.

Así que es un apodo bastante generalizado...

—Joan se lleva con él —explica—. Suele estar por las rampas del parque.

Ah, sí, donde van a exhibir su talento sobre ruedas.

Llegamos a casa, preparamos la mesa y nos sentamos a comer. El menú de hoy son espaguetis secos. No está tan mal como otros días, pero me hace gracia el hecho de que la comida de mi plato me recuerde a Noah. Un espagueti, largo y delgado.

Mamá rubia anuncia que esta tarde libra y no tiene que ir a trabajar, pero los planes de hacer algo en familia se chafan cuando yo anuncio que ya he quedado para estudiar. Finn, que se cree muy gracioso, también dice que va a estudiar. Es mentira, por supuesto, pero ninguna de nosotras se lo cuestiona. Salimos a la vez, nos despedimos de ellas y antes de que tomemos caminos separados, me acerco a él.

—Para que comas algo decente —le digo, pasándole un billete. Con esos espaguetis demasiado secos nos dará hambre en breve.

—Gracias, hermanita —pone el tono de no romper nunca un plato y se marcha.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora