10. Tres libros

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—Kayla, los pies —comenta mamá rubia, mirando al suelo.

¿Qué pasa con los pies? ¿Estoy descalza en el asfalto? Sí, ¿qué pasa? ¿Puedo clavarme algo? Sí, pero no me dolerá. No más que esto.

—Mi posibilidad de una relación bonita y estable se ha marchado en ese coche —me excuso, porque parece que nadie entiende la gravedad del asunto. Todos me miran como si fuera una enferma mental que se ha escapado del hospital.

—Kay, cariño —me habla mamá lila, con ese tono calmado y suave—. Salma acaba de verte hasta los huesos.

Miro hacia la ventana de Salma, y allí diviso su silueta. Por supuesto, no podía perderse este drama.

—No se me ve nada —respondo—. Además, no voy a preocuparme por lo que me vea la vecina que siempre lleva puesto el mismo vestido.

—No se ve nada... pero se nota todo.

—¡Una pena que no estaba grabando! —escucho gritar a Finn desde la ventana.

Ignoro sus palabras y me meto en casa, pasando por al lado de mis dos madres sin decir nada más.
Mi primer intento de novio fue Eiden. Fue un fracaso. Ya conté esa historia. Mi segundo intento en realidad no estuvo mal. Conocí a Daniel por Instagram. No iba a mi instituto, así que empezamos a hablar a distancia. Quedamos un par de veces hasta que decidimos intentar algo más serio. Me gustaba Daniel y con él tuve sexo por primera vez. No fue algo traumático, aunque lo recuerdo como una experiencia extraña. Con el tiempo fuimos mejorando. Al cabo de unos meses cortamos, como decisión mutua. Aun así, tengo un buen recuerdo de esa época.

Después empecé a quedar con Ian, que era un año mayor que yo. Ya terminó el instituto. Creía que Ian me gustaba, pero a los dos meses corté con él porque me di cuenta de que no me gustaba tanto... Más bien, salía con él por aburrimiento. No me dio pena averiguarlo. Era un poco capullo de todas formas y el sexo con él era más bien mediocre. Pocas veces lo hicimos, pero no quise más.

Luego vino el alemán. Oh, ese sí. Esto sí vale la pena contarlo. Nos fuimos de vacaciones en familia en verano y nos quedamos en un hotel con piscina. Allí le conocí y fue él quien vino a hablar conmigo. La comunicación era difícil de todas maneras porque yo de alemán cero y él apenas sabía palabras en otro idioma que no fuera el materno. En cualquier caso, nos entendimos bastante bien. Todas las noches me escapaba para ir a su habitación del hotel. Todas las noches. Hicimos muchas cosas en todo ese tiempo. Con el alemán aprendí todo lo que sé. No nos volveríamos a ver nunca más, así que no nos cortábamos con nada. Mis experiencias sexuales antes de alemán me parecieron entonces cómicas, insignificantes. Después de esas vacaciones, la confianza en mí misma creció hasta el nivel máximo y empecé a ser yo la que se lanzaba con los chicos.

Entonces, me lancé con el chico del centro comercial. Trabajaba en la tienda de chuches y siempre le veía cuando iba con las chicas por allí. Al principio parecía un buen tipo, con su atractiva melena rubia y el septum en la nariz, hasta que me di cuenta de que solo me quería por el sexo. No estaba tan mal, pero... No lo sé. Me apetecía experimentar el concepto de pareja, de persona con la que puedes compartir algo más que la cama... Y le dije que no quería hacerlo más.

Finalmente, vino Theo. Bueno, no vino literalmente. Siempre estuvo ahí, pero me empecé a fijar en él más de lo normal. Era la oportunidad perfecta: atracción física, cercanía... Pero se ha ido.

Subo por las escaleras para ir a mi habitación. Por el pasillo me topo con Joan de frente, que acaba de salir del baño. Se queda petrificado en el sitio, sin saber muy bien qué hacer o decir.

—Tú también puedes reírte como Finn, ¿sabes? —le espeto—. No tienes por qué ser tan serio y respetuoso.

—Ehhh... —alarga, confuso, tratando de mirar a cualquier parte menos a mí. Sigo con esta camiseta que le pone nervioso.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora