9. Un café

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Por la tarde me cambio de ropa. Me visto con un jersey blanco de cuello alto y encima un vestido negro ajustado que me llega por medio muslo. Me pongo unas botas negras altas con tacón ancho y me cepillo el pelo frente al espejo. La raíz de mi color natural asoma. Yo soy rubia, bastante rubia. Era predecible, ¿verdad? Mi color de pelo es bastante clarito, como mi piel, pero hace un tiempo decidí que dejaría de ser Kayla la rubia para ser Kayla la del pelo lila. Me gusta mi pelo ahora, largo, liso y de un tono lavanda suave. Es lo que me caracteriza.

Quedo con mis amigas en el centro comercial para comprar ropa en rebajas y comernos unos cubos de pollo empanado. Plan simple pero efectivo.

—¿Qué le pasa a Eiden contigo? —me pregunta Anais, masticando la tira de pollo cubierta de salsa barbacoa. A veces no entiendo cómo un cuerpecito como el suyo resiste tanta comida. Es la más flaquita de las tres, pero come más que nosotras juntas.

—Es gilipollas —respondo, bebiendo lo que queda de refresco en mi vaso. Loren y Anais se han dado cuenta de que hoy Eiden ha estado rondándome todo el día en clase.

—No me digas que intenta volver contigo —se mete Loren, que ya ha terminado de comer y beber y se limita a remover la pajita en el vaso.

—No, qué asco —niego rápidamente.

—Mucho asco —me da la razón—. Más asqueroso que mis coágulos de regla del tamaño de un feto de seis meses.

—Loreeeeeen... —se queja Anais, que todavía saborea su pollo.

—Es verdad, Anais —prosigue—. A veces no sé si tengo la regla o estoy pariendo.

—¿Puedes no mencionar tus coágulos mientras como?

Loren le sonríe como disculpa.

—¿Qué les salió en el test ese de las profesiones? —la rubia cambia de tema.

—Artístico —respondo, un poco distraída, con la mirada fija en la distancia. Me está pareciendo ver a... No, no es él.

—Te pega —apunta ella—. A mí relaciones sociales.

—Pues a mí me salió informática —habla Anais—. Como soy china...

Ya he dejado de prestar atención a la conversación. A lo lejos, caminando por el pasillo del centro comercial, diviso una silueta conocida. Demasiado conocida. Me choca el hecho de verle en vaqueros y camiseta común, pero estoy segura de que es él. Marc con C está de compras. El corazón se me acelera.

—El profesor de lengua —hablo, con energía—. Está ahí.

Loren y Anais giran sus cabezas de manera coordinada y tratan de seguir mi mirada para localizarle. Ambas entrecierran los ojos, valorando si de verdad se trata de él.

—Hostia, qué raro con esa ropa —apunta Loren. Lo sé, estamos acostumbradas a verle tan formal...

—Tienes una suerte, Kayla.

No respondo al comentario de Anais porque mi mente está procesando qué hacer. Me he encontrado al profesor de lengua fuera del instituto. Joder, esto es una ocasión importante.

—¿Voy a saludarle? —les pregunto, un poco desesperada—. ¿O sería raro?

Las dos me miran como si de repente hubiera mutado, como si me salieran escamas y cuernos.

—¿Tienes fiebre? —Loren me pone una mano en la frente—. ¿Nos estás pidiendo consejo?

—Nunca pides consejo —apunta Anais.

—Esto es importante —puntualizo, tratando de que me tomen en serio—. Es la oportunidad para que me vea fuera del instituto, como una persona normal y no como una alumna...

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora