25. Venganza

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A la mañana siguiente, Finn sigue nervioso y no me deja pasar al baño. Toco en la puerta unas tres mil siete veces, aproximadamente, pero no consigo nada.

—Vas a atascar la tubería —me quejo, pegada a la puerta.

—¡No es mi culpa!

Resoplo y me vuelvo a mi habitación, aguantándome las ganas de hacer pis. Yo también estoy nerviosa, mi hermano no es el único. No ocurre con frecuencia, pero aquí estoy. Es lunes y debo enfrentarme al encuentro con Marc después de haberme despedido de él ayer por la mañana. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué le voy a decir? ¿Cómo le voy a mirar?

Mi hermano por fin se digna a salir del baño, sin embargo, ya no me atrevo a entrar. Temo por mi pobre sentido del olfato. Iré al baño del instituto.

—Tu diarrea no te da derecho a ocupar el baño tú solo —me quejo, mientras andamos juntos por la acera.

—La convivencia familiar es dura, Kay. —Se encoge de hombros—. Para el curso que viene te irás a la universidad y no tendrás que preocuparte por el baño.

No respondo nada. Llegamos al instituto y nuestros caminos se separan: él con sus amigos y yo con las mías. Loren y Anais me miran con expectación mientras me voy acercando a ellas.

—¿Preparada para el día de hoy? —pregunta la rubia y yo suspiro. No estoy segura.

—Yo todavía no lo asimilo.

Concuerdo con Anais. Ella juguetea con el arito de su nariz, más nerviosa que yo.

—Tres veces en una noche... —Loren silba de manera exagerada.

Les regaño y les pido que sean discretas. Nada de reacciones distintas, miradas, comentarios... Deben aparentar que no saben nada, que todo sigue igual que siempre.

—Lo intentaremos —afirma Loren.

Subimos por la rampa junto a Loren y entramos en el edificio. La gente se amontona en grupitos, los profesores van de un lado a otro... pero ni rastro de Marc por el momento. Cuando suena el timbre, nos dirigimos a la primera clase. Lengua. Desde bien tempranito.

No podemos entrar en el aula aún porque la puerta está cerrada con llave. Nos quedamos en el pasillo esperando a que aparezca y, mientras, nos ponemos a hablar para distraernos. Pasan cinco minutos y también diez. Marc no llega. El nudo de mi estómago va creciendo por cada minuto que transcurre.

—Encima llega tarde —se queja Loren.

Dennis, vestido con unos vaqueros apretados y una camisa de botones, escucha el comentario de Loren y se mete en la conversación.

—Estará haciendo pesas —bromea él.

Anais y yo compartimos una mirada fugaz. Estamos pensando lo mismo: interacción entre Loren y Dennis. Sonreímos con disimulo.

—No me extrañaría —habla Loren, mirando a Dennis—. Me lo puedo imaginar aprovechando los últimos minutos para hacer abdominales en su despacho.

Ambos se ríen y siguen conversando, como amigos de toda la vida. No me quiero emocionar antes de tiempo, pero esto pinta bastante bien para Loren. Estoy segura de que debe estar temblando como un perrillo, pero lo disimula bien. Yo también estoy hecha un flan y la espera me pone peor. Decido alejarme de ellas y me siento en un banco a pocos pasos de distancia. En ese instante, Adela pasa por el pasillo con sus botas altas y marrones y esas onditas castañas infinitas.

—Buenos días —me saluda a mí en particular, con una amplia sonrisa. La directora me adora y ese pensamiento ahora solo consigue que se me revuelva más el estómago.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora