18. Concentración

162 27 7
                                    

Entro en casa, vestida y maquillada como una muñeca Barbie, y voy directamente a la cocina para comer algo. Está todo a oscuras y en silencio, y lo agradezco. Como no sé cocinar, no me molesto en prepararme algo sino que voy a la nevera y saco un yogur con trocitos de frutas. Empiezo a comérmelo con una cuchara, apoyada en la encimera y con la vista fija en algún punto del suelo. Entonces recuerdo el motivo por el que me vestí así: para quedar con Noah. No llevo esta falda y este maquillaje para salir a acostarme sobre una manta y mirar las estrellas aunque, llegados a este punto de la noche, definitivamente fue lo único que valió la pena.

—¿Qué tal?

La voz de mamá lila casi consigue atragantarme. Finjo que no me ha asustado, me trago el yogur y sonrío.

—Bien —le respondo, porque quiere saber cómo me ha ido la cita. Se apoya en el marco de la puerta, vestida con una bata de dormir, y cruza los brazos esperando más información—. Se podría decir que al final mejoró bastante.

No le convence del todo, pero no insiste más y se queda analizándome.

—¿Te quedaste con hambre?

Claro, se supone que vengo de cenar en un restaurante. No debería estar comiendo otra vez.

Asiento con la cabeza, porque no sé qué más decir. Si no me cree, tampoco lo demuestra. Me da las buenas noches y desaparece de mi campo visual. Me termino el yogur rápidamente y cojo unas galletas con pepitas de chocolate para comerlas en mi habitación. Subo hasta la planta alta y comienza el duro proceso de desmaquillar, desvestir y quitarme todo lo que me había puesto con tanto esmero y dedicación.

Me quedo con una camiseta larga y unas bragas y me asomo a la ventana. La luz de su habitación está encendida. Me apoyo en el marco y observo los movimientos. Al principio diviso sombras, y luego le veo a él. Pasa por la ventana quitándose la sudadera. Desaparece del cuadrado que compone mi campo visual sin verme. Da un par de vueltas más por su habitación y entonces frena y me mira. Puedo ver su sonrisilla desde aquí.

Sin moverme del sitio, empiezo a escribirle un mensaje y se lo envío a través de Instagram. Se da cuenta de que le llega una notificación y dejo de verle, probablemente porque va en busca de su móvil.

No me llames Leila, no es gracioso.

Eso es lo que yo le escribo, y al instante me llega una respuesta.

Tendré que hacerlo en los ensayos.

Los ensayos. Todavía no he pensado mucho en ello, pero a veces me invade la idea de que tal vez vaya a arrepentirme de haberme apuntado a teatro. Todo por el maldito profesor de lengua. ¿Por qué tiene que estar tan bueno y ser tan guapo y tan joven... y tan inalcanzable?

Ojalá te entre diarrea el día de la representación y tenga que sustituirte tu suplente.

Cuando levanto la vista, me doy cuenta de que ha vuelto a la ventana. Apoya los codos en el marco y lee mi mensaje. No parece ofendido, aunque desde esta distancia y siendo de noche no es tan fácil distinguir las expresiones faciales. Mi pantalla se ilumina y leo su respuesta:

Con mi suplente no actuarás tan bien como conmigo.

Confía demasiado en que conectaremos como actores, al igual que dijo Marc, pero yo no estoy tan segura. ¿Cómo haré para tratarle bien y reírme de sus chistes cuando esté interpretando a Thomas? Leila es demasiado buena, de esas personas que de tan buenas que son, son tontas también. Debo ser amable con Thomas y cogerle de la mano, y abrazarle...

Al menos no tendría que tocarte.

Sigo picándole más, esperando a que se enfade en algún momento. Observo su rostro desde aquí, pero decide alejarse de la ventana. Vuelvo a ver su silueta cruzando la habitación, esta vez mientras se quita la camiseta. Está preparándose para dormir.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora