35. Pensamientos impuros

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La alarma suena, la apago de inmediato y me deshago de la colcha de un tirón.

—Ah, mierda —susurro, al darme cuenta de que no estoy sola en la cama. Me aparto y vuelvo a dejar la colcha como estaba.

Sé que está despierto, así que me voy de la habitación rápidamente antes de mirarle demasiado y que la situación se vuelva muy incómoda. Me lavo la cara en el baño y bajo a la cocina a por algo de comer. Cojo una pera del frutero y le doy un mordisco mientras subo de nuevo las escaleras. Abro la puerta de mi cuarto y entro. Permanezco aquí, en mitad de la estancia, observando su pelo alborotado sobre mi almohada.

Los recuerdos de anoche inundan mi mente por un instante. No debí haberle enviado ese mensaje. Ahora hay un chico en mi cama y yo no entiendo cómo se han ido dando los acontecimientos hasta llegar aquí.

—Tienes que irte —le aviso, masticando la pera.

Se estira, se sienta en el borde del colchón e introduce los dedos entre su pelo. Le tiro la camiseta que le obligué a quitarse y aterriza sobre sus piernas.

—Levanta —insisto, y le ofrezco la mano para ayudarle. La coge, tiro de él y queda de pie frente a mí.

Me mira con expresión somnolienta, los ojos un poco entrecerrados y el pelo todavía despeinado. Le noto más guapo de lo habitual y eso me da miedo.

Sin soltarme la mano, comienza a ascender con sus dedos por mi brazo. No puedo negar la sensación de calidez en mi piel por cada zona que va pasando. Llega hasta mis hombros. Me sujeta por ambos y dibuja una sonrisa divertida con sus labios. Luego tira de mí en su dirección. Me aplasta contra su pecho en un intento de abrazo. Toda la piel se me eriza.

Al principio, permanezco con los brazos encogidos, pero termino cediendo y le rodeo la espalda. El estómago me da un vuelco al notar su piel desnuda tan de cerca. Trago saliva y me aparto de sopetón. ¿Qué está pasando?

—Vete ya —le ordeno, mostrando seriedad. Tenemos que ir a clase. No pienso llegar tarde por su culpa o verme obligada a sacrificar parte de mi tiempo para arreglarme.

Con una sonrisa burlona, se pone la camiseta y me sigue en dirección al pasillo. Compruebo que no hay nadie viéndonos y salimos.

—Shh —le pido, para evitar posibles explicaciones a mis madres.

La puerta que se abre es la de Finn. Sale de su cuarto con el pijama puesto y el móvil en la mano. Se queda de piedra cuando nos ve a ambos en mitad del pasillo. Analiza mi ropa, lo analiza a él y abre los ojos de manera exagerada.

—¡Mamá! —grita, con malicia, dispuesto a fastidiar mi intento de ser sigilosa.

—¡Finn! —susurro—. ¡Cállate!

—¡Mamá! —sigue él, alzando más la voz—. ¡Mamá, ven a ver lo que hizo Kay!

¡Será cabrón! Solo le falta ponerse a grabar y subirlo a su Tiktok de las narices. Corro hacia él, lo aparto de un empujón y entro en su habitación. Su cama está perfectamente hecha. Qué pena. Tiro de la colcha, lanzo los cojines por el aire, voy a sus cajones y hago una gran pelota con todos sus calcetines ordenados minuciosamente.

—¡Kayla, no! ¡Para, gilipollas!

Escucho sus gritos y esquivo sus intentos de agarrarme. En el armario, ordenado por colores, comienzo a mezclar las prendas de un lado a otro.

—Kayla, Kayla —insiste, más calmado, suplicante—. Ya está, ya está. Por favor, me costó mucho ordenar eso...

Salgo de su habitación, satisfecha con el desorden que he montado, y vuelvo al lado de Louis, que me mira con confusión. Cojo su mano y tiro de él escaleras abajo. No hay tiempo para despedidas. Lo echo fuera de mi casa y cierro la puerta con sigilo. Vuelvo arriba apurada dispuesta a elegir mi ropa de hoy. Mi hermano, cuando ya termina de colocar todo en su sitio, asoma la cabeza por mi puerta con una mueca de desagrado.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora