57. Llámame Kay

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Vestido lila satinado largo hasta el suelo y con una abertura lateral por la que asoma una pierna. Zapatos de tacón transparentes atados al tobillo y uñas de los pies pintadas de blanco mate. Pelo lila recién teñido en ondas largas pero no muy marcadas y una diadema brillante de color plateada. Así es como voy vestida cuando me bajo del coche de mi madre. Cojo el pequeño bolsito de mano que combina con el vestido y suspiro profundamente con los ojos clavados en la puerta del instituto. 

—Adiós a este infierno —susurro por lo bajo, colocándome el pelo con los dedos.

—¿Has dicho algo? —me pregunta mamá lila poniéndose a mi lado.

—No, no. —Niego con la cabeza, sonriendo. Está impecable vestida con un traje de pantalón y chaqueta de color teja. Mamá rubia, en cambio, ha optado por un vestido azul marino y unos taconazos más altos que los míos. 

—Terminemos con esta tortura lo antes posible —se queja mi hermano Finn, adelantándonos. Conseguimos que se vistiera con una camiseta de botones, al menos, aunque la haya combinado con un vaquero negro y ajustado. 

Todos los alumnos que se gradúan este año están entrando por la puerta acompañados por familiares y amigos. Cada uno podía invitar a cuatro personas para controlar el asunto del aforo. Aquí están mis madres, mi hermano y... Joan. Sí, he invitado al amigo de mi hermano a mi graduación. Era la única manera de conseguir que Finn viniera sin mala leche incluida. 

—¡Kaaaaaaaaayyyyyy! 

Los gritos de mis amigas llaman mi atención, y la de casi todo el mundo en realidad. Vienen hacia mí rápidamente, emocionadas y bellísimas. Ya nos habíamos enviado fotos de nuestros looks finales así que no me sorprende verlas tan espectaculares, maquilladas y vestidas como unas diosas. 

—¡Vamos, corre! —me apura Loren—. ¡Tenemos que estar dentro antes para la entrada!

Abandono a mi familia (y a Joan) y nos dirigimos al interior del instituto. El salón de actos ya está casi a reventar. Todo el mundo va ocupando sus sitios, menos las primeras filas que están reservadas para alumnos y profesores, así que vamos hacia nuestros puestos de salida. Allí, escondidos en un pasillo, nos encontramos con todos los graduados. Enseguida comenzamos a analizar los vestidos, los trajes, los peinados... Algunas personas parecen totalmente distintas. Me cuesta reconocerlas. 

Nos vamos colocando en la fila y esperamos a que nos den la señal de salida. La gente está nerviosa. Escucho conversaciones de los demás, sobre todo preocupaciones por caerse por las escaleras, equivocarse en el discurso, que el proyector no funcione o la música de pronto se pare... Yo solo puedo pensar en una maldita cosa: dónde narices está...

—Hostia puta. 

Las palabras me sorprenden, al igual que una mano en mi cintura. Giro sobre mis talones y me encuentro con unos ojos azules demasiado abiertos, demasiado sorprendidos. Sonrío de oreja  a oreja cuando reparo en su pelo. No hay flequillo habitual... hay un tupé perfectamente peinado. 

—Pareces alguien de la realeza —comento, echándole un ojo a todo el vestuario. Un traje de pantalón y chaqueta del mismo tono de gris, una camisa blanca de botones y una pajarita... lila. 

—¿Yo parezco de la realeza? A tu lado solo soy un simple esclavo. —Sus ojos me recorren el cuerpo entero, mientras pasa la lengua por sus dientes con una expresión exagerada.

—Puedes ser mi esclavo —le propongo.

—Encantado. —Sus dedos me agarran por las mejillas con extrema delicadeza para no estropear mi maquillaje y me da un pico suave y rápido en los labios. Le sonrío cuando se aparta y me quedo mirando su pajarita lila con detenimiento.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora