34. Solo dormir

194 37 14
                                    

 —Me tienes harta —declaro, indignada con el estúpido castigo y descargando mi ira contra él porque es el único que tengo al lado ahora mismo—. Eres mi vecino, estás en mi clase, vamos a teatro y ahora compartiremos castigo. Déjame respirar.

Sus dedos me agarran por el brazo, con demasiada fuerza, antes de cruzar la calle. Su mirada de advertencia me obliga a darme cuenta de que el semáforo está en rojo. Ni siquiera había mirado el maldito semáforo. Resoplo y me cruzo de brazos, esperando.

—Tú también me estás agobiando —coincide, con burla.

—Pues te jodes —espeto y echo a andar una vez que la luz cambia a verde—. Con suerte, cuando termine el instituto, no nos volveremos a ver.

Papeleo y tareas varias. Menuda estupidez. Solo cogí una llave que luego devolví. No destrozamos la habitación, no la dejamos oliendo a porro, no tiramos condones usados a la papelera. Joder, para todo lo que pudimos haber hecho, no hicimos nada. ¡Somos hasta demasiado buenos! Me dan ganas de buscarme un buen castigo por algo malo de verdad, por algo que realmente se merezca un castigo.

—Estoy deseando que llegue ese momento.

—Cállate —le exijo, más indignada todavía por esa respuesta—. Si no puedes vivir sin mí.

Seguimos andando por la acera, de vuelta a casa. Unos pasos más y doblaremos la esquina de nuestra calle.

—Puedo vivir sin ti —puntualiza—, pero preferiría vivir contigo.

Ya puedo ver las plantitas de mi madre alrededor de la puerta.

—Eres insoportable —concluyo y acelero el paso.

Antes de acercarme a la puerta, me fijo en que la hermana de Louis está en el balcón. Presta atención a su móvil hasta que nos ve y alza la mano para saludarnos. Qué mona.

—Está esperando a que llegue el amigo de tu hermano.

Sonrío al escuchar eso e introduzco la llave en la cerradura.

—Adiós —me despido de Louis, con sequedad—. Espero no verte más.

—Lo mismo digo —responde, cantarín, y se marcha.

En realidad, no es insoportable. Solo estoy enfadada con Adela y ahora mismo cualquier cosa me molesta. Hasta él.

Como llego más tarde de lo habitual, todos han comido. Mamá lila está en el sofá y mamá rubia se acerca a ella para darle un beso en la mejilla de despedida porque vuelve al trabajo. La expresión de mamá lila permanece neutral, como si un beso en la mejilla para ella no fuera nada. Mamá rubia se despide de mí con un abrazo rápido y cierra la puerta. Observo a mamá lila en silencio, tratando de descifrar su rostro. Me parece a mí que no soy la única que echa humo por las orejas. Ha vuelto a pasar algo con esas dos.

En cualquier caso, no pregunto. Después de comer, me voy a mi habitación y me dedico a hacer mis tareas pendientes: terminar un trabajo, fotocopiar unos apuntes para nuevos encargos y preparar mis cosas de matemáticas para estudiar. Por un instante, echo un vistazo a mis ahorros. Un montón de billetes guardados del último curso. Todo lo que no me he gastado en ropa ni maquillaje. Lo que se supone que guardo para mis gastos a partir del año que viene. ¿Qué estaré haciendo por ese entonces? ¿Estaré en la universidad? Es lo que debería hacer, pero... Pero sigo sin tener nada claro.

Meto el libro y la libreta en mi bolso y me voy a casa de Anais.

***

El padre de Anais nos trae unos refrescos y un bizcocho de chocolate cortado en rebanadas. Nos sonríe, con sus gafas de pasta y pelo blanco, y nos vuelve a dejar solas en el salón.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora