5. ¿Qué quieres de mí?

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Desecho la escena de mi mente y me concentro en lo importante: tengo clase con Marc con C y voy a llegar tarde. Echo a andar por el pasillo, por donde el vecino se ha marchado, hasta que un chico con gafas y pelo largo y despeinado me hace frena. Es Matt, del club de lectura.

—Hola, Kayla.

La mirada de desesperación. Así es cómo me miran todos.

—¿Qué te hace falta? —voy al grano para ahorrar tiempo.

Matt suele pedirme tareas de física y química, porque es una asignatura que se le da horriblemente mal. Lo suyo son las letras, la escritura, los idiomas... Las ciencias le amargan la vida.

—Necesito clases de física y química. —Se ajusta las gafas por el puente de la nariz y une sus manos en un gesto nervioso.

—Lo siento. —Niego—. No doy clases particulares.

—Por favor —me pide—. Necesito aprobar esa asignatura por mis propios medios, no copiando y pagando por tareas. Te pago por clases particulares. Te pago lo que me pidas.

Por un pequeñísimo instante me lo pienso, pero vuelvo a negar con la cabeza.

—Nada de clases, Matt. —Miro de reojo hacia la puerta del aula de lengua. Están todos dentro y yo sigo aquí fuera—. Eso conlleva tiempo y yo estoy ocupada.

Presiona los labios, decepcionado por no haberlo conseguido.

—Te puedo ofrecer mis apuntes de todo el curso —es la única solución a mi alcance.

Duda y resopla. Se lleva la mano al bolsillo y saca un billete. Le miro con los ojos entrecerrados. Ese es el precio de las tareas cortas, no de todos los apuntes de un curso entero. Se lo hago saber con la mirada, y entonces saca más dinero. Lo cojo con rapidez y le sonrío.

—Un placer hacer negocios contigo. —Echo a andar—. Mañana revisa tu taquilla.

Camino con rapidez, dispuesta a entrar de una vez en clase, pero vuelven a interrumpirme. Las gemelas de informática, Silvia y Camila, aparecen de la nada y corren hacia mí. Tienen que hacer un comentario de texto sobre un poema y, no sé si es cosa de gemelas, pero ninguna de las dos es buena en lengua. Tengo hecho el comentario de ese poema y saqué un diez. Qué menos.

—Oye, esto no funciona así —les explico. Pretenden que les haga un comentario distinto para el mismo poema para que no se note que es copiado—. Yo os doy el modelo y vosotras os buscáis la vida para hacer los cambios.

Soy bastante firme con mi tono, así que comprenden que no voy a ceder. Camila saca el dinero y yo echo a correr en dirección al aula de lengua. La gente me mira cuando entro, incluido Marc con C, pero no hacen ningún comentario. No me regañará por llegar tarde porque soy Kayla Anderson. A la niña buena le permiten un fallo.

—¿Qué te pasó? —me pregunta Anais cuando me siento a su lado.

—Negocios —me excuso.

Coloco mis cosas sobre la mesa y giro disimuladamente la cabeza hacia un lado. Allí está Louis, concentrado en el profesor hasta que nota mi mirada sobre él. Aparto la vista rápidamente, antes de que nuestros ojos choquen. ¿Quién se cree?

Apuntes de física y química para Matt, poema para Silvia y Camila, favor para el vecino... Lo repito todo mentalmente para que se me grabe y no olvidarme. Una vez que me concentro en la clase, me dedico a fantasear con Marc. Recuerdo los inicios de sus tatuajes y sus manos pelando mandarinas. Me dan ganas de tocar ese pelo esponjoso y esas mejillas sonrojadas. Parece tan, tan, tan joven... Le miro el paquete por un instante, porque es inevitable. Me pregunto cómo se verá con ropa más casual, con un chándal y una camiseta simple. Me lo pregunto todos los días de mi vida.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora