38. Celoso

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Adela aparece en el momento preciso y nos hace pasar al interior. Firmamos el papel que confirma nuestra asistencia al castigo y nos pide que la sigamos. Recorremos los pasillos hasta que llegamos a la biblioteca. Este lugar me recuerda a Marc. Mala idea.

—Hemos recibido donaciones de libros y también hemos comprado algunos ejemplares nuevos.

Levanta unas cajas del suelo y las coloca sobre una mesa. Tira de las solapas y aparecen los libros.

—¿Y nosotros qué hacemos? —pregunto entonces, de brazos cruzados.

—Como podéis ver, los libros están clasificados por géneros y colocados en las estanterías por orden alfabético.

Pongo los ojos en blanco de inmediato. Ya imagino por dónde van los tiros. Nos explica rápidamente el sistema de organización y nos deja solos en la biblioteca. Ahora debemos colocar etiquetas de diferentes colores en estos libros en función de su género y colocarlos en las estanterías teniendo en cuenta la letra del primer apellido del autor. Ese es el castigo de hoy. Estupendo.

—Al menos no estamos en su despacho —comenta Louis, señalando un punto positivo.

Nos sentamos alrededor de la mesa y comenzamos a sacar libros y a clasificar en silencio. Me inquieta que se haya sentado tan cerca de mí. Nuestros brazos casi rozan mientras cumplimos con el castigo.

—¿Qué pasa? —interrumpo el silencio al notar que no para de saltear la mirada entre los libros y yo.

—Así que quieres jugar. —Aunque no le esté mirando, puedo notar su sonrisita en el tono de su voz.

—No tengo ni idea de lo que estás hablando. —Niego con la cabeza y me concentro en las novelas juveniles y los libros históricos, entre otros.

Sé que se refiere a lo de antes. Pudo haber sido tan fácil besarnos frente al despacho de la directora... Por un instante creí que iba a ocurrir. Un beso de verdad con él. No tonteo, no roces, no agarrarme las tetas... No. Un beso. Qué extraño me parece. Nunca un beso me había parecido tan raro hasta ahora. Nos besamos y luego, ¿qué? ¿Dejaríamos de vernos por las noches para hablar de temas totalmente aleatorios? ¿Qué cambiaría un beso? Nos besamos, nos enrollamos, hay sexo... y ¿qué? ¿Y a otra cosa, mariposa? ¿Pasaría de mí? ¿Pasaría yo de él?

Me pregunto la razón por la que le estoy dando tantas vueltas. ¿Desde cuándo me he convertido en una persona que piensa las cosas?

—Tan inteligente que eres y luego nunca tienes idea de nada...

Le doy un golpe en el hombro y sonrío. Sonrío hasta que me doy cuenta de que tocarle me recuerda a lo de anoche y eso me pone cachonda. Y estamos en la biblioteca. Los dos solos. Se me ocurren muchas cosas que hacer y ninguna tiene relación con clasificar libros.

Me obligo a pensar en otras cosas y me concentro en los géneros literarios.

***

Nuestros caminos se separan cuando él regresa a casa y yo me voy a fotografía. Me viene bien un respiro. El aula de fotografía está más vacía de lo normal, pero encuentro a Yeslie en su silla llevando puesto un vestido muy mono. Me siento a su lado y la saludo. Huele a colonia de bebé.

—¿Cómo está tu padre? —recuerdo, con una sonrisa traviesa.

—Kayla... —murmura entre dientes, incómoda.

—Dile que estoy interesada en tener un sugar daddy.

Ya ni siquiera me mira. Su vergüenza se lo impide.

—¿Y tu gato cómo está? —cambio de tema, sin perder la sonrisa.

—Genial, gracias. —Carraspea y se coloca el vestido.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora