40. Tres centímetros

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No sé cuánto tiempo pasamos metidos en la piscina porque no soy consciente de lo que ocurre a nuestro alrededor. Solo sé que su hombro sigue siendo mi almohada y empiezo a tener frío metida en el agua. Parece que se da cuenta porque me agarra con fuerza y me saca de la piscina. Camina hacia una hamaca conmigo en brazos. Me pone una toalla seca por encima, envolviéndome con ella, y nos acostamos en la hamaca. Nadie nos está prestando atención, o eso creo. La gente está ocupada bebiendo y bailando. Yo ya bebí y bailé demasiado. Ahora estoy cansada, notando el alcohol en mi cabeza y en mi cuerpo, y solo me apetece quedarme dormida encima de él.

***

Cuando me despierto, no sigo en la hamaca. Ni siquiera estoy en el patio junto a la piscina. No es de noche, no hay luces de colores ni exceso de ruido. Entra el sol a través de la cristalera, me cubre una manta y escucho unos ronquidos. Tardo en comprender que me encuentro en el salón de Anais, acostada en uno de los sillones. Anais y Loren también duermen. Me levanto para echarle un vistazo al patio. Basura tirada por todas partes. Miro hacia abajo, hacia mi propio cuerpo. Sigo en bikini. Ni siquiera recuerdo haberme acostado aquí. ¿Cuándo terminó la fiesta? ¿Y los demás? ¿Se fueron todos salvo nosotras? Fuera no hay nadie.

Como desconozco el paradero de los padres de Anais, prefiero aguantarme las ganas de ir al baño. Salgo al patio en su lugar y recojo toda la basura que debía estar dentro de la gran bolsa negra destinada a basura. Coloco las sillas en su sitio y vuelvo al salón. Recojo mis cosas, me pongo la ropa y salgo de la casa de manera sigilosa. Reviso el móvil: 12:37. Buena hora. Y buena la caminata que me espera de vuelta a casa.

***

—¿Una mala noche? —me pregunta Salma, mientras limpia sus ventanas con un trapo.

Le hago una mueca de desagrado y entro en casa. Mi hermano, aburrido como una ostra, juega con una pelota de tenis acostado en el sofá. La lanza hacia la pared, rebota y vuelve a cogerla. Ni me mira cuando entro. Estar castigado sin Tiktok acabará con él.

—¿Mamá? —pregunto.

—No están —es lo único que responde. Genial.

Subo directamente al baño para ducharme. Lo necesito. Mientras me lavo el pelo voy recordando todo lo que pasó anoche. No todas las imágenes me vuelven con la misma nitidez. No sé cómo acabé en el sofá. Mi último recuerdo fue estar en la hamaca con Louis. ¿Qué ocurrió después de eso? Nunca lo sabremos, supongo. Quizá las chicas me lo cuenten, si es que ellas se acuerdan.

Entro en mi habitación envuelta en una toalla, cierro la puerta y voy hacia el espejo para cepillarme el pelo. El lila cada vez está más claro. En breve tendré que volver a la peluquería. Termino con el cepillo e instintivamente la vista se me va hacia mi ventana. Está abierta, con la cortina rodada, así que puedo ver la ventana de Louis. Y a él. Está ahí. El estómago me da un brinco.

Me inclino hacia delante para verle mejor. Está fumando, sin camiseta, con el pelo alborotado. No me mira. Quizá no me ha visto todavía. Me estremezco al recordarnos en la piscina. Cuerpo con cuerpo. Piel con piel. Estábamos demasiado pegados en un ambiente peligroso.

Doy un paso hacia la ventana con el objetivo de que se dé cuenta de mi presencia. Funciona. Sus ojos se fijan en mí al instante. Suelta el humo, despacio, y me dedica una mínima sonrisa ladeada. Le sonrío de vuelta, no puedo evitarlo.

Y así nos quedamos. Me sigue mirando, le sigo mirando, no hacemos nada... Sus ojos me inquietan, sobre todo porque me observa como si pudiera atravesar la toalla que me cubre y ver debajo de ella.

¿Fue él quien me llevó hasta el sofá y me tapó con la manta? ¿Fueron mis amigas? O tal vez me levanté yo sola, la fiesta continuó un rato más y después nos fuimos a acostar las tres. Lo desconozco, pero me gusta pensar en la primera posibilidad.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora