》Capítulo 20 no es real.《

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Las personas no son malvadas, son desgraciadas —A.Maslow

FRANCESCA

La mañana siguiente llega, no sé en qué momento me quedé dormida anoche, pero sé que lo hice sintiéndome miserable, no desperté porque quise, desperté porque una dulce y suave voz femenina lo hizo.

—... y seré la encargada de llevar tu caso en el área psiquiátrica, eso no quiere decir que tengas problemas mentales —aclara—. Solo nos encargaremos de cada parte de ti y tu salud mental y bienestar es importante —prosigue.

Me perdí la primera parte de su presentación ya que no le estoy prestando atención, me vale tres hectáreas de mierda lo que tenga para decir, desde lo de ayer tengo mas que claro que no debo ceder ni confiar en ningún trabajador de este lugar.

—Bueno, comencemos ¿como te sientes? —pregunta.

La sigo ignorando glacialmente, no me interesa hablar con ella.

—Si no quieres hablar nadie te va a obligar —aclara con amabilidad—. Tengo que venir y evaluar tu estado de todas maneras, es importante que sepas que yo solo quiero ayudar, nadie en este lugar es tu enemigo Francesca, todos estamos para ayudarte y cuando estés preparada para hablar conmigo puedes hacerlo con toda confianza, todo lo que me digas queda entre nosotras.

Y así sigue por minutos hablando pero la ignoro, solo quiero que se largue de una puta vez y luego de algunos intentos en vano por que hable se despide amablemente y se va, llevo mi vista a la puerta y ¡santa mierda! La estúpida no la cerró bien, mis viejos hábitos me dicen que me largue y para no perder la costumbre de ser un dolor de cabeza para el resto es justo lo que voy a hacer, es mi oportunidad, si logro salir de aquí podré llegar hasta los chicos, podré llegar hasta Alec.

Me destapo y me pongo de pie, inmediatamente me arrepiento de la rapidez de mi acto ya que mis piernas se tambalean y mi cabeza me hace sentir mucho mas mareada, me afirmo de las paredes y estando descalza y solo con una bata me encamino a la puerta, ya que está entreabierta me ayudo de mis dedos para abrirla poco a poco, saco mi cabeza con sigilo para asegurarme de que no haya nadie, confirmando este hecho salgo completamente de la habitación y camino por el pasillo, no sé a donde ir ni donde queda la salida pero pretendo averiguarlo lo antes posible, al llegar al final del pasillo con gran dificultad mis planes se van a pique al escuchar la maldita voz del enfermero quien me obligó a comer a punta de artimañas.

—¡Alto, detente! —exclama.

En un intento desesperado por huir me hecho a correr sin importarme el dolor en cada célula de mi, pero mi cuerpo traicionero no da para tanto y el enfermero llega hasta mi atrapándome desde atrás, hago ademan de forcejear pero otros dos enfermeros llegan y ambos me toman uno de cada brazo y me arrastran hasta mi habitación mientras yo pataleo y grito con todas mis fuerzas, hijos de puta, haré que se arrepientan, juro que lo haré.

—¡Suéltenme!, ¡suéltenme! —grito

Mis gritos no parecen alertar a nadie y es aquí donde creo que me estoy comportando como una loca. Al llegar a mi habitación lo primero que hacen es dejarme en mi cama y me acomodan bruscamente mientras forcejeo.

—¡Que me suelten! —grito en vano, ellos no lo harán.

Me alarmo al ver que quieren inyectarme algo, esto no es como el hospital, no sé que es lo que quieren inyectarme por lo cual retuerzo mi cuerpo en la cama ignorando el dolor en mi zona lumbar, solo quiero que no me toquen pero ellos insisten y me toman de brazos y piernas para dejarme inmovilizada hasta que logran inyectarme lo que sea había en la maldita jeringa, los calmantes me hacían marearme un poco y luego dormir, pero esto es diferente, es como si mi cuerpo me obligara a ver todo en cámara lenta, no puedo mover en demasía mis extremidades pero tampoco quiero, es realmente relajante estar así, siento mis músculos destensarse y por primera vez una sonrisa boba se desliza por mi rostro.

La traición de Roma | [Roma #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora