》Epílogo.《

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Todos los finales son también comienzos. Simplemente no lo sabemos en el momento —Mitch Albom.

FRANCESCA

Corro a toda velocidad sin importarme la picazón de mis pies desnudos contra el pasto.

—¡Francesca, ven aquí!

—Jodete —respondo riendo y corriendo más de prisa.

—¡Ya verás!

Rápidamente siento sus manos en mi cintura y me empuja haciéndome caer al pasto, él cae a mi lado boca arriba y nuestras risas se mezclan con el jadeo de nuestra respiración debido al cansancio de haber corrido tanto.

—Creo que me quebraste la columna vertebral —exagero—. No siento mis piernas.

—Eso no te librará de mi venganza.

Enseguida vacía el contenido de toda una botella de agua en mi cara, cabello y camiseta.

—Joder, que yo solo te tiré un poquito de agua —me quejo incorporándome y secándome la cara con mis manos.

—Y yo te tiré una botella completa, estamos a mano.

—Púdrete.

Se pone de pie y me extiende una mano para ayudarme, la recibo de mala gana y me pongo de pie.

—No quiero señalar lo obvio pero deberías cambiarte, te vas a enfermar si sigues con esa camiseta mojada.

—Pues ojalá me enferme y quede en tu puta conciencia —dramatizo—. Y no quiero señalar lo obvio pero estás en mi casa asique tú vas a limpiar el desastre que quedó en la cocina.

—¿Yo por qué?, ambos cocinamos.

—Corrección, tú cocinaste, yo corté una zanahoria, aparte pisaste todas las flores del jardín, mereces limpiar la cocina.

Entramos nuevamente a la casa por la puerta de la trasera que conecta con la cocina y me siento en un taburete reafirmando mis palabras, yo no moveré ni un dedo para limpiar.

—Es injusto, viniste a interrumpir mi paz mental al otro lado del mundo, me utilizas de traductor, cocinero y ahora pretendes que sea tu sirviente.

—No vine a interrumpir tu paz mental, heredé una casa aquí, tenía que venir a ver que tal era y resulta que eres la única persona que conozco en Japón, no me jodas Salvatore, solo es limpiar un poquito, no seas malo y limpia.

—Está bien, pero —se acerca a mi—. Solo con una condición.

—¿Cual? —entrecierro los ojos.

El se inclina hasta quedar a mi altura invadiendo mi espacio personal y me acomoda un mechón de cabello tras la oreja.

—Sabes cual —murmura.

—No, lo que pasó el otro día no se puede volver a repetir, yo estaba mal...

—Entonces dame un beso —susurra a milímetros de mis labios.

Cuando estoy a nada de ceder el timbre de la entrada nos hace dar un respingo separándonos.

—¿Esperas a alguien? —pregunta.

—Si —respondo parándome del taburete—. A mis quinientos amigos japoneses, hoy es noche de anime —ironizo—. Obvio que no, no conozco ni a mis vecinos.

—Déjame abrir a mí, no hablas japonés.

—Pero si inglés y es el idioma universal, ¿cómo crees que llegué hasta aquí?

La traición de Roma | [Roma #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora