—¿Tocamos timbre o tumbamos la puerta? —preguntó Dante cruzado de brazos, evaluando las opciones.
—O tumbamos la puerta mientras tocamos el timbre —sugirió Phil que se comportaba como un soldado, pero no tenía nada de sigiloso ni de ágil, incluso tropezaba con su capa de lentejuelas cada vez que quería caminar agazapado.
El enorme mecánico contaba con escaparates que estaban cubiertos por la cortina metálica y a un lado del edificio había una puerta de hierro oxidado con tres candados y carcomida en la esquina derecha. Parecía una entrada secreta, tan secreta que la habían olvidado. Como la casa en el árbol que me había construido mi papá en el jardín después de muchas insistencias, invité a todos mis compañeros de escuela a jugar, pero ninguno fue, mamá dijo que ellos olvidaron la dirección.
La entrada de ese taller tenía timbre y un letrero que decía abajo «No nos interesa»
—Nos —leí—. Acá hay más de uno. Nos es plural.
—Gracias por la clase de ciencias, cerebrito —se burló Sobe.
—Fue lingüística —solté molesto.
—Fue gramática —corrigió Dante poniendo los ojos en blanco.
Phil olfateó el aire.
—Huele a pelea.
—¿Y cómo huele una pelea?
Él arrugó el semblante en respuesta.
—¿Qué se supone que yo tengo saberlo todo? —preguntó a la defensiva.
Asentí, estaba de mal humor, habían terminado las tonterías. Toqué timbre.
Cada uno preparó sus armas. Sentí como mi corazón comenzaba a acelerarse, las manos me sudaban del otro lado nos esperaba una trampa. Convertí a anguis en un escudo romboide, era pesado y ancho, todo de metal invicta, oscuro y siniestro con serpientes grabadas y una gema en el centro. No estaba seguro si una trampa te podría recibir en su guarida o si respondería amigablemente al timbre, pero si ese fuera el caso no le diríamos que veníamos por la Cura del Tiempo.
La puerta se abrió, sentí que un frío me perforaba las articulaciones y me puse en guardia.
Del otro lado se asomó una criatura de cinco metros de alto. Su cuerpo parecía modulado por horas de gimnasio y esteroides, eran tan firme y robusto como una roca. Sus brazos debían medir lo que todo mi cuerpo, tenía un cuello muy grueso y corto. Los rasgos de su cara eran grotescos, horribles y cubiertos de verrugas. Poseía una nariz grande y abultada y orejas puntiagudas. Sus ocho ojos amarillos brillaban en la oscuridad, su boca era enorme y de ella surgían unos dientes desparejos, sucios y filosos.
Extrañamente se parecía a Shrek, pero dudaba que soltara comentarios delirantes y flatulencias como la caricatura. Al menos ya teníamos a Phil para eso.
Era tan grande que solo podía asomar su cabeza y parte de su mano derecha.
Yo sabía lo que era, me lo habían enseñado en una clase en el Triángulo. Recordaba el dibujo detrás de una insignia de peligro. Sabía que los nórdicos los habían visto en la antigüedad, esa raza de monstruos había entrado a nuestro mundo hace muchos años, pero los habían exterminado los humanos. Era un jotun pero algunos le llamaban trol. Jamás me había topado con un trol. Tragué saliva. Se suponía que el primer desafío era el más fácil.
¡Esa era la primera prueba que nos presentaba la Cura del Tiempo!
El jotun tenía un delantal puesto que decía «Besa al cocinero». Al vernos comprimió los puños, cada uno de sus dedos medía lo que mi cara.
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Los miedos incurables de Jonás Brown [3]
FantasyTras un año desde su visita a Babilon, Jonás continúa buscando la persona que, según el sanctus, lo llevará a sus hermanos: Dracma Malgor. Luego de descubrir que Dracma estará en el Concilio del Equinoccio, una reunión donde se congregan los maest...