II. Muchas cosas para una sola semana.

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Les dije junto con Miles y Amanda todo lo que había sucedido y la razón por la que Lauren y Tania habían muerto: tratar de frenar la guerra.

Yo también había tratado con mis amigos y habíamos liberados dos mundos esclavizados de Gartet pero Lauren se había metido con algo más difícil. Había estado en lugares que eran frecuentados por espías y seguidores. Pero no iba a ignorar su muerte. Ella había muerto para averiguar la próxima maniobra de Gartet y la había descubierto. Por esa razón le mencionamos los Amenoi esas extrañas criaturas con las cuales Gartet trataría de destruir este mundo sino me entregaba junto con Sobe.

Pero ningún Guardián o estudiante había escuchado hablar alguna vez de los Anemoi.

Adán afirmaba que se trataba de un engaño y planeaba interrogarme hasta que el Consejo se reuniera y decidiera qué hacer o hasta que invoquen al espíritu Lusom, el cuál averiguaba la verdad al verla. Estaba respondiendo con poca paciencia todas sus preguntas y pensando en mi interior la respuesta de la adivinanza.

De todos modos, sus intentos se vieron frustrados por tres heroínas. Emma, Chia y Aurora se abalanzaron al interior de la bodega gritando y mangoneando a Adán. Aunque él era el mandatario de todos los Guardianes, algo así como su jefe, no le permitieron que se los recordara porque cada vez que Adán trataba de hablar ellas levantaban la voz. Lograron que me fuera.

Les di las gracias y me marché. Sabía que había ganado esa vez, pero Adán sólo buscaría otra excusa para desquitarse conmigo, me aborrecía por cuestionar su autoridad cada vez que me marchaba del Triángulo, no era un tipo que le gustara que lo desobedecieran.

Me dirigí a mi habitación para empacar.

Escarlata estaba durmiendo en mi almohada, lo supe porque cuando entré lo encontré sentado en el medio de la alfombra aparentando indiferencia, pero sabía que acaba de levantarse porque había dejado una mancha de polvo terroso y seco en la funda. Él creía que no lo notaba.

Me resultaba gracioso y adorable sobre todo cuando lo hacía con las sábanas de Sobe.

Agarré mi mochila la llené de una muda de ropa, el uniforme del Triángulo porque ya no tenía tantas prendas, empaqué un cuaderno con dibujos, un surtido de armas de todo tipo, cuerdas, piedras para encender fuego, un encendedor, municiones y dinero de... no, no tenía dinero.

Iba a empacar una brújula, pero la mía había desaparecido, alguien se la había llevado, seguro fue Sobe. Lo dejé estar.

Un botiquín con medicinas, aunque si iba Petra no las necesitaría. Me detuve.

Abrí el refri y extraje un puñado de dulces y latas de cola que deslicé al interior de mi mochila. Palpé mi bolsillo, todavía contaba con la fotografía de mi familia. Listo.

Escarlata se trepó a mi hombro, sus garras se clavaron en mi remera, tenía arena adherida a su piel escamosa y terrosa. Me olfateó con interés, su nariz húmeda tocó mi mejilla cuando lo ignoré por más de tres segundos. Acaricié distraídamente su cabeza.

Iba a cargarme la mochila y dirigirme al punto de encuentro, pero me resultó extraño que no hubiera nadie en mi habitación. Ese lugar era como un baño químico en un concierto: nunca estaba vacío. La dejé en el suelo y me dirigí a la recamara de Miles y Walton, un piso más abajo.

Voces provenían de allí. Entré sin tocar, nadie tocaba las puertas en el Triángulo a no ser que las aporreen en broma para que despertaras en plena madrugada.

En el interior estaban Miles, Walton, Dagna, Sobe, Berenice, Albert y Petra. Cuando entré enmudecieron de pronto y se pusieron rígidos, pero vieron que se trataba de mí y se relajaron. Miles me tiró un zapato gritando que lo asusté y que tocara antes de pasar. Aunque lograron serenarse todavía perduraba un aire mortecino en la recamara, se trataba del ánimo que se lleva uno de un funeral.

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora