III. Ya no se puede viajar en paz.

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 En cierto sentido tenía razón, por más siniestra que se viera cualquier cosa sería mejor que quedarse en la calle de un país desconocido en plena noche. De repente acababa entender todas las películas de terror que vi en mi vida.

 Rodeamos la estructura hasta que encontramos una puerta. Las cajas, los electrodomésticos viejos, las chapas corridas o los muebles rotos no eran cosa de un solo lado de vivienda. Había una chatarrería mucho más grande en el patio trasero. Era como una sorpresa horrible detrás de otra, algo así como perder las llaves y después encontrarlas bajo el desagüe.

 Unos gatos peleaban entre la basura y maullaban estrepitosamente...

—¿De enserio? ¿De todos los lugares que hay en la maldita Galés esos gatos prefirieron llamar a sus madres aquí? —preguntó Sobe.

Petra arrugó el ceño.

—¿Llamar a sus...? Pero los gatos no usan móviles, no como los monstruos del Hotel Royal... —Abrió sus ojos policromos como platos—. ¡Ya entiendo! ¡Maldición, Sobe, creí que estaban peleando!

—Se nota la diferencia —respondió metiendo las manos en los bolcillos de su abrigo.

—¿Cómo? —interrogué.

—¿Acaso no vinimos aquí a investigar? —interrumpió.

Estábamos en un porche trasero, los escalones de madera mohosa crujieron al recibirnos. La puerta era verde y tenía un mosquitero, aunque no me imaginaba qué clase de mosquito querría entrar a esa pocilga. El tapete estaba tan manchado y cubierto de grasa que de seguro ensució nuestras botas, con esfuerzo se podía leer que tenía bordado «Los vecinos tienen mejores cosas»

Reí. Eso podías notarlo con o sin tapete, chico.

Sobe estaba arrebujado en su chaqueta de aviador, analizando la puerta, me lanzó una mirada inquisitiva cuando me vio llegar, arqueó las cejas y asentí. Berenice se había quedado en los escalones y tenía la mano escondida en el bolsillo donde cargaba una pistola. Amigable.

Sobe presionó el botón del timbre, pero nada sonó. Una sonrisa torcida se formó en sus morados labios.

—Bueno eso fue un poco optimista de mi parte —admitió, había una aldaba, pero al agarrarla se quedó en su mano y se rompió—. Estoy comenzando a molestarme.

—Tomo nota —respondió Petra.

Sobe aporreó la puerta con un puño, esperamos, golpeó nuevamente, pero esta vez más fuerte.

—¡Oh, vamos! —gritó.

—No hay nadie en casa —dije.

—Gracias por tu aguda observación —refunfuñó.

Berenice suspiró demostrando que estaba cansada. Ya era un domingo al anochecer y habíamos tenido un viaje complicado hasta allí. No estaba agotado pero el frío comenzaba a impacientarme, hubiera peleado con cualquiera que me arrebatara una manta caliente.

Tenía que admitir que era peligroso entrar en la casa de un desconocido, después de todo los gemelos no nos dieron muchas explicaciones de cómo era su conocido. Dijeron que no era una persona pero que tampoco era un trotador, no pudieron decir más porque afirmaron que esa criatura nunca quiso confesarle qué clase de monstruo era. La mayoría que vivía en este mundo era porque tenían apariencia casi humana y usaban disfraz para despistar las diferencias. Eso sonaba sospechosamente peligroso, pero en el momento no me importaba mucho. Supuse que el monstruo entendería si nos encontraba dentro.

—¿Lo esperamos en la calle? —inquirió Petra—. Para no entrar a su casa sin permiso, sería descortés.

—Sí, claro...

—Creo que es peligroso —trató con ese tono razonable que siempre solía usar, pero ni ella sonaba convencida.

—Concuerdo contigo es peligroso lo que estoy haciendo —le contestó Sobe sin prestarle atención.

Él se encontraba encorvado sobre la cerradura y trataba de forzarla con un metal, pero le costaba porque tenía los dedos congelados. Saqué la linterna de mi mochila y embutí una mano en el bolsillo mientras enfocaba la tarea de Sobe y le daba luz con la otra. Me coloqué a su lado apoyado sobre la puerta de mosquitero que estaba arrimada contra la pared.

—Yo creo que escucho una estufa suplicar por ayuda —se burló Sobe fingiendo estrés—. ¡Tenemos que socorrerla!

Petra notó un movimiento en la chatarra, descolgó su báculo plateado y avanzó con pasos sigilosos. Continué alumbrando el trabajo criminal de Sobe, pero la seguí con los ojos.

Ella tenía el cabello suelto, húmedo y enmarañado sobre los hombros, sus botas de montaña cubiertas de lodo pisaron césped seco. Sus numerosos brazaletes refulgían opacamente en la oscuridad. Con desconfianza y lánguida curiosidad se aproximó a un refrigerador oxidado por la lluvia. El mueble estaba tumbado sobre una pila de metal embrollado y herrumbroso. Extendió su brazo, aferró la empañadura de la puerta, afirmó sus pies en el suelo y jaló.

Berenice estaba parada a su izquierda, se inclinó sobre el contenido del refrigerador, lo inspeccionó y le murmuró algo a Petra. Ella asintió en respuesta y cerró la puerta con fuerza. Inspeccionó meticulosamente por última vez la chatarra, caminó de espaldas al porche sin desprenderle la vista a las sombras herrumbrosas y subió los escalones. Ya había caído completamente la noche y sólo atisbaba a ver su silueta. Se acercó a la luz, con las manos en los bolsillos.

—¿Qué viste? —interrogué cuando llegó.

Su silueta me observó antes de responder como si yo también fuera un montón de sombras.

—Había un refrigerador repleto de plumas negras —susurró con un aire siniestro.

—¿Plumas?

—Repleto.

—Qué raro.

—¿Qué ya nadie puede coleccionar chatarra y plumas en paz? —cuestionó Sobe con aire sarcástico y la puerta se abrió emitiendo un agudo rechinido.

Nos dedicó una mirada triunfante.

—Esperemos que se pueda usurpar una casa en paz —dije.

—Ya nadie puede hacer nada en paz —contestó Berenice.




Hola gente, este capítulo es muy cortito por eso voy a subir otro el mismo día, leí todos los comentarios de la semana anterior y me hicieron reír mucho, sobre todo la cadena de "Jonás Holmes" colgué en contestar pero estos días me van a ver respondiendo cosas antiguas. Gracias por siempre aparecer, los quiero 😊😘

 ¡¡Como siempre, buen viernes y feliz fin de semana!!

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora