La luna terminaba su turno. Phil continuaba manejando, la voz de Elvis cantando Love me tender sonaba en el estéreo. Berenice continuaba dormida plácidamente, tenía las piernas extendidas sobre el tablero y estaba tapándose con un abrigo que era de Sobe.
Él estaba despierto, apoyaba su cabeza sobre la ventana y la contemplaba dormir mientras estiraba un mechón ensortijado de su cabello y veía como conservaba la forma, como un resorte. Eso parecía divertirlo como un psicópata.
Petra estaba inconsciente a mi derecha, su cabeza caía de lado y tenía la piel cubierta de hollín, todavía con el vestido de funeral naranja.
Me recliné en el asiento. Del otro lado de la ventanilla transcurría una cuidad vacía y nocturna con los locales, atracciones turísticas y museos cerrados con cortinas metálicas. Estaba lloviendo aguanieve y el único sonido que se oía era el movimiento de los limpiaparabrisas y el viento chocando con el vehículo.
El interior de la miniván estaba tan destartalado como un mueble en un basurero. Tenía dos filas de asientos rajados y llenos de bultos. La tercera fila de la miniván estaba conformada por sillas de playa amarradas al suelo, con sogas como cinturón de seguridad. El cristal trasero estaba pegado con cinta adhesiva, se veía tan frágil que el impulso de una mosca lo hubiera desmoronado. Olía a moho. El suelo estaba repleto de basura y cajas de McDonald's, sobre un espejo colgaba un desodorante con forma de Pino, pero tenía tanto sentido como secar el mar con una toalla.
Phil continuaba manejando tranquilamente, cerraba el puño con una de sus manos y fingía sostener un micrófono por el que cantaba. Se miraba por los espejos y hacia muecas, de seguro infligía muchas reglas de tráfico. Todavía vestía sólo unos pantalones y tenía su lampiño pecho descubierto. Se volteó y me sonrió.
—Buenos días.
—Todavía es de noche —advertí incorporándome y restregando mi cara adormilada.
—Uh, lo siento cerebrito —se mofó y repitió, pero mucho más agudo—. Todavía es de noche. Puff.
—¿Cuándo tiempo dormí?
—Casi nada —admitió encogiéndose de hombros—. Sólo cinco horas. Estamos a punto de llegar.
—¿A dónde? —susurré.
Él chasqueó los dedos y volvió a depositar sus manos sobre el volante.
—Lo había olvidado. Tú eras el único que no escuchó mi explicación, no es muy larga —Se encogió de hombros y giró hacia la izquierda—. No me gusta hablar de esto, así que seré conciso.
—Bien —dije, no quería más conversaciones.
—Todo empezó hace diez años.
—Oh...
—Me diagnosticaron una... una... enfermedad. Sobe me dijo que ya platicaron de eso. Soy un Transformista inestable, mi mente también se transforma todo el tiempo y por eso me desterraron, por ser una vergüenza y tal. Tú sabes.
—Mmm de hecho no, nunca me desterraron por ser una vergüenza.
—¿De veras? —preguntó Phil sin creérsela—. Creí que sí.
—¿Por qué?
—Berenice me dijo que perdiste tu hogar.
—Lo quemaron, imbécil, no me desterraron —rumié apretando los puños.
—Por la forma en que eres pensé que sí. Tan flacucho y miope y feo... Creí que darías vergüenza a los demás.
Negué torpemente tratando de comprender si fue un insulto. Me dolía la cabeza, sentía que me clavaban cuchillos en los ojos. Traté de tranquilizarme.
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Los miedos incurables de Jonás Brown [3]
FantasyTras un año desde su visita a Babilon, Jonás continúa buscando la persona que, según el sanctus, lo llevará a sus hermanos: Dracma Malgor. Luego de descubrir que Dracma estará en el Concilio del Equinoccio, una reunión donde se congregan los maest...