Sobe es un detector de ladrones.

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 Tenía que admitir que Nózaroc había sido muy impresionante, es decir, tenía gente que eran como muñecos Legos, contaban con extravagantes represas, barcos que parecían de piratas, pero flotaban como si fueran naves espaciales y un impresionante basurero antigravedad para visitar en familia. Pero lo más impresionante eran los modales de los ¿nozaroreños? ¿Nozanorienses? No lo sé, diga cómo le diga sus modales no cambiaban.

Resultó que todos los nativos dueños de su voluntad (que tenía de doce a cinco años) eran... raros como 5M. No solo eran huraños y toscos, también tenían el talento de beber alcohol como si fuera agua mineral. Todos. Incluso 26J bebía licor como si quisieran hacerlo desaparecer de una requisa.

Pero antes de ver sus pulidos vicios, subimos al barco con las piedras que nos había obsequiado 26J.

El viaje fue silencioso.

Dante estaba repasando tácticas, Phil caminaba arrogante, sacando el pecho, Petra estaba cansada, Sobe y yo guardábamos un silencio sospechoso y Berenice era Berenice. Yo subí con Petra. Por la correa sostuve el collar que 26J había preparado para mí: era la piedra de granito del pilar sujetada por una cuerda de cuero.

Primero fuimos todos a la terraza y subimos al cielo en turnos. La azotea del Hogar de la Comuna era curva, vertiginosa y empinada, sentí que trataba de encaramarme a una escarpada rampa de patinaje.

Por la forma en que Petra caminaba de un lado a otro supuse que tenía ganas de patear algo. Se masajeaba las manos con nerviosismo como si se las lavara, creí que estaba imitando a Dante hasta que vislumbré un racimo de quemaduras en sus palmas, llevaba la piel casi desollada. No había reparado en lo precario de su estado por la estúpida oscuridad del Hogar de la Comuna. Al frotárselas las heridas desaparecían lentamente como si fueran tatuajes baratos, de esos que vienen con los chicles; estaba usando magia de curación para que no le quedaran cicatrices.

Todos guardábamos silencio porque teníamos miedo de ser pillados, en la ciudad no había ningún sonido, era como una imagen blanco y negro, estática y distante, ese lugar me generaba menos emoción que el funeral de una hormiga. Dante subió con Veintiuno, ambos tomados de la mano, sosteniendo el collar, comenzaron a levitar y fueron tragados por la oscuridad.

Quité la piedra del interior de mi bolsillo y fue jalada hacia el cielo como si alguien la reclamara. Si la piedra estuviera sola no sería traída al basurero, pero al estar atada a una correa ya quería llevarse la cuerda de cuero volando. Volando lejos como mis ganas de vacacionar en esa ciudad. Petra se aclaró la garganta, me miró curiosa con los ojos policromos, bajo esa luz plateada se veían verdes, me preguntaba si estaba listo.

Asentí. Sostuve la roca y ella rodeó mis manos con las suyas. Era como si fuésemos a rezar.

Me pregunté cómo se sentiría rodear con tus palmas la piel revuelta de mis dedos, marcada con líneas blancas y venas rojas, algo así como helado derretido, pero arrugadas como unas pasas. Seguro era una sensación encantadora.

—Tengo manos de princesa —dije a modo de broma.

Petra se tensionó al escuchar esa palabra, movió el pie izquierdo de lugar, apoyando la punta tras el talón del otro, como queriendo retroceder.

—¿De cuál?

—De Fiona —expliqué.

—¿Es guapa? ¿Te gustaba de pequeño?

Mecí la cabeza pensando la respuesta, supuse que ella no conocería la película Shrek.

—Sí —respondí divertido—. Sí a las dos preguntas.

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora