III. El sanctus fue cruel pero no mentiroso.

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 El llanto de 1E era lo único que se escuchaba, después de todo me había dicho que hace poco había perdido a sus amigos de la patrulla de expedición, tratando de trazar una ruta de escape en las ruinas rojas. Ahora acababa de perder a otra amiga.

Probablemente no le quedaba nadie.

—Pero si agarraron a 26J podemos ir a rescatarla ¿Cierto? —preguntó 6M, tenía voz de soprano y mejillas carnosas.

Meneé con la cabeza.

—Le quitaron su corazón.

Veintiuno se sumó a su loca esperanza.

—Entonces vamos a rescatarla cuando tomemos el Banco ¡Recuperaremos también su corazón!

—No se puede, Veintiuno —miré a 6M y luego a él—, está muerta. Lo siento, pero está muerta, ya no hay nada que podamos hacer.

6M tenía los ojos cargados de lágrimas, sostenía su lanza porque ya no podía sostener la esperanza. Arrugaba el labio como un bebé, después de todo tenía seis u ocho, casi lo era. Veintiuno estaba igual de perturbado, como él contaba con un único ojo era por donde lloraba. Me acerqué hacia ellos y los estreché a cada uno con un brazo. 6M era huesudo y suavecito, por otro lado, Veintiuno era morrudo y macizo, áspero, cuando llegara a la pubertad sería una montaña de musculo.

Ambos se dejaron abrazar, es más, se aferraron a mí como si buscaran a la desesperada un poco de consuelo.

—¿A mi puedes decirme Seis? —preguntó 6M, él estaba recostado contra mi pecho y jugueteaba con el borde de mi camisa, aplastando la tela entre sus dedos—. Ya que llamas a O21 solo Veintiuno.

No sabía a qué venía su reclamo ya que estaba llorando por otra cosa.

—Claro que sí, Seis. Si te gusta —respondí con la voz más calmada que podía entonar.

1E seguía sollozando de forma ruidosa. 17N le susurraba cosas tranquilizadoras al oído, pero no había mucho que podía decir. Ella soltó la lanza que rebotó de un extremo a otro como un platillo, se sentó más tranquila sobre la calzada llena de cenizas y continuó acariciándole la espalda.

Berenice se inclinó de cuclillas al lado de ambos.

—Sé lo que sientes —musitó e hizo una pausa—, yo también perdí a un amigo.

—Debí haber ido yo —se lamentó el niño.

—No, eso jamás —negó Berenice—. Escucha 1E ¡Escúchame!

1E alzó la cabeza.

—Pensé lo mismo antes, pero fui una tonta, no cometas el mismo error —suplicó—. Yo también lo perdí tratando de liberar mi mundo, y cuando tuve la libertad, pero no a él, me di cuenta de que preferiría vivir en la oscuridad, sin decir ninguna palabra, pero con él —tragó saliva—. La suerte que tuve y tú no tuviste fue que en mi caso él falleció cuando acabó la guerra ¡Pero en este mundo la guerra todavía no inició! ¡No dejes que su muerte sea en vano! Podrás llorarla después, cuando recuperes a tu pueblo. Pero ahora, si flaqueas, te quedarás sin nada.

Ese discurso motivacional tenía mucho de discurso y poco de motivación. Dudaba que alguien de once pudiera soportar eso, pero ellos se habían crecido en rocas más duras.

—Pero yo quiero que venga —Propinó golpecitos al suelo con las palmas de sus manos—. La quiero aquí ¡Ahora! ¡Aquí, quiero que aparezca ahora!

17N apretó los labios y miró al horizonte como si esperara que 26J apareciera repentinamente caminando con su semblante huraño, con los dedos enganchados en su cinturón porta herramientas tamaño cósmico, refunfuñando porque la dejamos atrás.

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora