II. Mi despertador tiene barba.

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 Abrí los ojos. Veía borroso. Continuaba siendo de noche, el cristal estaba revestido de gotitas gélidas que temblaban con el correr del viento. Petra estaba inconsciente a mi lado, Sobe se ubicaba en la otra ventanilla y Berenice descansaba en el asiento del copiloto.

 Phil estaba despierto, manejaba con una mano sobre el volante y un brazo apoyado indiferentemente sobre el respaldo de la otra silla. Me lanzó una mirada superada. Suspiró y puso los ojos en blanco.

 —Mira niño no quiero hablar —exclamó en voz baja, con un aire sombrío, como si odiara al mundo y detestara cada cosa, fingía mascar chicle, pero no tenía goma de mascar en la boca y su aliento olía a muchas cosas menos a menta—. Finjamos que ninguno de los dos se vio.

 No podía moverme y tampoco tenía la voluntad, me sentía tan débil y dentro de la minivan estaba calentito.

 —Estamos yendo a Londres —me informó con la vista en una carretera desolada y oscura—. El trato sigue en pie. Los ayudo y ustedes me repatean de regreso.

—Repatriar querrás decir —dije frotándome los ojos—, suena como patria no como patear.

—¿Ahora eres un diccionario? Ya duérmete, mocoso.

Estaba dispuesto a permanecer despierto para llevarle la contraria por haberme llamado mocoso, pero la fatiga me venció y me dormí.

Después de dos horas desperté por segunda vez.

Mis gafas se sacudieron. Sí, como un móvil en modo vibración. Sentía el cuerpo torpe y adormecido por la droga del agente yeti. Sólo logré desperezarme y cuando abrí los ojos vi que tenía en frente a Dante, al menos los ojos cafés de Dante.

—Hola —Su voz salió emitida por unos pequeños parlantes que Sobe había ubicado cerca de mis oídos—. Al fin alguien contesta ¡Hola! —agregó con la voz más entusiasmada—. Acaba de llegarme por correo el regalo de Sobe, pero no sé cómo usarlo, la verdad. Aguarda.

La imagen por la que lo veía se sacudió un momento y se oyó un ruido apagado como cuando mueves una cámara de lugar.

Dante depositó los anteojos-cámara sobre un escritorio con libros y lo acomodó de modo que pudiera ver que se encontraba en una lujosa habitación de caoba con afiches de Vivaldi, Nikola Tesla y Newton. Me pregunté cómo lograba dormir con esos tipos mirándolo en la noche. Su habitación también contaba con figurillas originales de comics, imposibles de conseguir, mapas y recuerdos de nuestras aventuras en otros mundos, pero todo organizado sistemáticamente.

Tenía puesto el uniforme del colegio al que asistía: una camisa blanca con corbata azul y un suéter negro con el escudo de la academia sobre el corazón. Tenía su mano vendada como si acabara de practicar boxeo, cosa que probablemente había hecho, porque los últimos meses habíamos estado entrenándonos juntos. Su cabello oscuro le caía sobre la cara como un casco. Se apartó del escritorio empujando su silla giratoria.

Me dedicó una sonrisa nerviosa.

Verlo desde mis anteojos fue completamente extraño.

—¿Ahora todos debemos usar gafas como tú? No te ofendas —Se frotó nerviosamente las manos—. Pero prefiero guardarlas en el bolsillo y usarlas cuando sean necesarias, en el cole ya dicen que soy nerd, esto no va a ayudarme mucho —dijo señalando la cámara.

Suspiró.

—¿Dónde está, Sobe? Tengo unos retoques a su modelo porque si no alejas las gafas lo único que ves son los ojos del otro, no se parece mucho a una conversación en Skype. Además de que no entiendo el chiste de su nota —Se acercó al escritorio y leyó un papel—. «Toma. Para que veas cómo triunfo. Ja, ja. Te dije que funcionaria ¿Cómo te quedó el ojo? Si no puedes verlo aquí tienes estos bebés. Precaución: no tenerlas en presencia de espejos o podrían dejarte ciego»

Sacudió el papel como si fuera un abanico.

—No entiendo. También me llegaron unas polainas de parte de Petra, supongo que sirven como la bufanda, me pregunto cuanta energía gastó en crearla, ya sabes como suelen ser los instrumentos que contienen artes extrañas. Por cierto ¿Cómo está la unidad? —Levantó una caja con poliestireno y la sacudió—. Trato de contactarlos desde que me llegó esto por correo y no responden ¿Trotaron a otro pasaje o qué?

Recordé mi sueño ¡Mis amigos!

Estaban en problemas. Había algo en el Triángulo que los atacó. Pero eso era imposible, el Triángulo nunca había sido atacado. Sólo hace un año cuando un ladrón misterioso trató de asesinar a Adán, pero no tenías que ser muy villano para que esa idea cruzara por tu cabeza.

Traté de decir algo, pero sonó como un bufido.

—¿Qué? No te entiendo. No puedo verte, sólo veo tus ojos y créeme están muy rojos ¿Lloraste? —Se acercó a la cámara—. ¿Viste Siempre a tu lado, Hachiko otra vez? ¡Te dije que no la veas sin mí! ¡Y menos en internet pirata, es ilegal! —Suspiró y su rostro se iluminó como si recordara algo—. Oye —Se avecinó más sobre la cámara—. Mira esto —Aproximó su barbilla hasta ocupar todo el lente y pude ver que tenía un fino pelo creciendo en su mentón muy imperceptiblemente—. ¡Tengo barba! ¡En el colegio no nos dejan tener barba, así que si quiero seguir las normas, mañana voy a tener que deforestar esta jungla!

—No —logré decir.

Él se alejó indignado.

—Es más de la que tienes tú —apuntó molesto y tartamudeando como cada vez que una situación lo superaba—. O Dagna —agregó y rio con vergüenza—. No le digas que dije eso.

—El Triángulo —pronuncié—. Está siendo atacado.

Él se paró de la silla, lívido y escéptico.

—Dime que atacado quiere decir: Atacado por la misma normalidad que siempre.

Negué con la cabeza.

—Pero hay portales que lo protegen y un muro de puertos. Es estadísticamente posible ¿Estás bien? ¿Wal-Walton está contigo?

—Natalia y Lauren están muertas. Perseguían a un seguidor de Gartet. Él les dijo que planea destruir este mundo a no ser que nos entreguemos. Estamos en busca de la cura de Dracma y de un portal colonizado, en el cual probablemente se esconda la raza de bestias que Gartet pretende usar en nuestra contra para destruir el mundo. Vamos camino a Londres, pero no todos. Walton sigue en el Triángulo.

Dante se quedó rígido de la sorpresa.

—¿Talia y Lauren? —inquirió con incredulidad y se pasó una mano alrededor de su rostro como si quisiera conservar el temple, pero perdiendo la calma de todos modos.

Alguien tocó en la puerta de su habitación.

—¿Londres? —preguntó abriendo sus brazos sobre el escritorio—. Yo puedo... Digo qué parte de Londres ¿La ca-capital? Mi familia... el colegio lo permitió. Digo... Yo voy a estar...

La puerta se abrió y Dante apagó rápidamente la grabación para que no lo vieran los confronteras hablando con unas gafas depositadas en un escritorio, cuando él ni siquiera necesitaba usarlas. Su imagen desapareció y repentinamente volví a ver el automóvil.

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora