San tontín

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Había cosas frías en la vida. Un raspado de hielo, el corazón de Nancy Thompson, que tu madre te deje solo en la fila del supermercado y después estaban las venticas gélidas e insoportable de las Islas Malvinas. No supe que me había acostumbrado al calor del trópico hasta que pisé ese lugar.

Era un archipiélago medianamente montañoso, cubierto de hierbas y musgos con calles de guijarros rodeadas de campos de pasto seco o tierra húmeda y glacial. Estaba nublado, pero por suerte eran nubes normales.

Había al menos seis casas en ese puerto, la mayoría blancas de techos rojos y estaba frente al Atlántico Sur con sus aguas heladas y azules. Para nuestro pesar no nos cruzamos con pingüinos, Dante tenía muchas ganas de tomarle fotos. Phil se ofreció a transformarse en un pingüino y posar para nosotros, pero en lugar de sonar amable la propuesta nos aterró.

El portal estaba a cinco kilómetros de ese puerto de casitas hermosas a las que Dante bombardeó con el flash. Nos hizo posar a todos en frente, a pesar de que teníamos el tiempo contado. Berenice salió seria, pero se ubicó silenciosamente al lado de Sobe que no dudó en abrazarla, Phil dijo que usaría la cara y el porte de modelo que montaba en sus entrevistas de comerciales y Petra alzó los dedos en hizo símbolo de paz mientras estiraba la pierna horizontalmente en una pose muy mona.

La distancia del puerto al portal la recorrimos en auto a la increíble velocidad de diez kilómetros por hora, las piedras del camino hacían que la camioneta oscilara de un lado a otro. Sentí que dejamos atrás una parte del guardabarros, la minivan resistía más que mi estabilidad emocional.

Estaba sentado en una de las reposeras amurada al suelo, esa fila de sillas de playa suplantaba los asientos en el lado trasero de la camioneta, Petra se ubicaba en la otra peinándose distraídamente, era bastante coqueta. Dante estaba en lugar de copiloto protegido con el cinturón de seguridad y sujetándose de la manija de la puerta, como si viajara en un cohete. Berenice y Sobe se aferraban a los marcos de las ventanas bajas para no rodar por la parte de atrás, se colaba el frío por allí, pero trataba de ignorarlo.

Nos sentíamos como un par de monedas al fondo de un bolcillo. Me sujeté los anteojos para que no se resbalaran por el puente de mi nariz.

Sobe estaba relatando lo que recordaba de Nózaroc. Él había tomado un atajo por allí cuando viajaba con su hermano, Sandra y Tony. Siempre que hablaba de ellos se le iluminaban los ojos, eran su antigua familia, dos hermanos mayores con sus hermanitos que habían unido fuerzas. Pero Sandra estaba muerta, Tony se había convertido en agente (y en el mayor miedo de Sobe según el sanctus) y su hermano... sabía qué estaba muerto pero la verdadera causa era un misterio.

A veces pensaba que Sobe había visitado todos los mundos posibles, resultaba extraño que nunca se haya quedado en uno, siempre mencionaban que rebotaban de un pasaje a otro, pero nunca había mencionado la causa. A veces pensaba que habían estado buscando algo.

—No nos quedamos mucho tiempo en Nózaroc, solo medio día, recuerdo que en veinticuatro horas trotamos al menos por cuarenta pasajes nuevos.

—Vaya.

—El lugar era una delicia visual.

—¿Era? —preguntó Petra—. ¿Dejó de serlo cuando llegaste tú?

Sobe, aun aferrado de la ventana logró estirarse y tumbarla de la silla de playa.

—¡Oye!

—Recuerdo —continuó relatando—, que quise quedarme ahí más tiempo. Es un mundo de praderas, cabañas y cascadas —Sus ojos azul oscuro resplandecieron de entusiasmo—, hay muchas cascadas, literalmente una a cada vuelta de esquina, ese lugar parece una fuente china, es escalonado y lleno de agua —Chasqueó los dedos—. Que más... qué más... ah, sí, no existen los edificios ni las grandes ciudades, es todo praderas purpuras, hierbas verdes, ríos que se retuercen, cascadas y cabañas ¡Es alucinadamente encantador! ¡Viven de picnic! ¡La gente es amable! ¡La comida, puf, para morirse! ¡Asan todo! También había barcos en el cielo, alargados como canoas, pero más enormes y sus remos sacudían las nubes.

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora