Phil nos llevaba a las afueras de la ciudad blanca.
Aunque había estado toda la semana como un demente resultaba verdaderamente útil, sin él no habríamos logrado salir de ese lugar. Tal vez los demás trotamundos no vivían hasta viejos porque no se hacían amigos de transversus como él y los trataban como bestias tontas. Pero entendía que no había nadie más tonto que yo, así que hacía amigos, pero el resto de los trotamundos... En lugar de aliarse, se mataban entre ellos porque eran enemigos naturales como los veganos y los amantes de la barbacoa.
Traté de aferrarme a esa posibilidad, mis amigos y yo no moriríamos porque éramos diferentes al resto de los trotamundos. Era lo único que podía calmar una semana tan catastrófica.
Reconocí los espigados muros de granito, siempre los había admirado de lejos, pero Phil en aquel momento voló casi acariciándolos. Muy cerca de ellos, vi que, efectivamente, tenían cuerdas rojas enredadas. Me recordaban a agujas de tejer o aquellas ramas donde una araña decide hilar su tela. Si caíamos sobre esas cuerdas quedaríamos como galletas de cocinero principiante: una roca.
Eso fue una iniciativa para sujetarme aun con más fuerzas.
Phil aleteó sobre los escombros de las casas y las cuerdas rojas que se anudaban alrededor de postes y ser podrían en las cabañas quemadas, se retorcían en puertas, se colaban por ventanas y se enredaban en plena calle. Era imposible el paso o el aterrizaje.
Noté que él buscaba una casa en especial. Quería atravesar el portal para llevar a Dante a un hospital, pero el portal llevaba a las Islas Malvinas, en medio de la nada, deberíamos atravesar media isla para recibir asistencia médica. Dante no tenía tanto tiempo.
Además, éramos dos Cerradores, no podríamos cruzar el portal ni siquiera si le pedíamos por favor o hacíamos una danza ritual.
Phil finalmente pareció recordar eso, graznó melancólicamente y remontó vuelo hacia otro rincón de las ruinas rojas. No sabía cómo, en un día, íbamos a encontrar allí la tercera sala de controles de las pantallas si el grupo de exploración de 1E no la había hallado en todos esos años.
Ya ni siquiera sabía si importaba, pero no seguir con el plan hubiera sido un insulto a la memoria de 26J.
Pensar en ella alojó un dolor en mi pecho lacerante que penetró en mi garganta y me comprimió las costillas.
Aterrizamos en una calle que estaba despejada hasta la mitad, había un hueco en el tejido rojo el suficientemente grande como para que pudiéramos caber nosotros y otro... Miré, entre la oscuridad, las figuras de unos niños.
Allí estaban esperándonos 17N, la borracha de la fiesta de hace unas horas, 6M el niño de seis años que había estado en el Hogar de la Comuna que habían incendiado. Ellos, increíblemente, eran los refuerzos. Gran forma de decir que íbamos a morir.
También estaban 1E, Sobe, Petra, Berenice y Veintiuno.
Me sentí más ligero, como si me hubiera liberado de una preocupación.
17N tenías las mejillas aún rojas del alcohol, su cabello almendra y esponjado lo tenía atado en una coleta y aunque estaba vestida con el uniforme de los nativos (un pijama marrón de franela) se había puesto protecciones como rodilleras y coderas. Sostenía en sus manos una lanza y estaba parada en posición alerta como si fuera a atacarnos un mojito.
A su lado el niño 6M, de cabello dorado y rizado como los querubines, también enarbolaba una lanza, separaba las piernas y apuntaba a los extremos de la vieja calzada. Estaba montando guardia junto con Veintiuno, él por su parte sujetaba una porra de los soldados, no sabía en qué momento la había conseguido, pero la tenía muy orgulloso, inflando el pecho y tomándose en serio su trabajo de vigilante.
ESTÁS LEYENDO
Los miedos incurables de Jonás Brown [3]
FantasyTras un año desde su visita a Babilon, Jonás continúa buscando la persona que, según el sanctus, lo llevará a sus hermanos: Dracma Malgor. Luego de descubrir que Dracma estará en el Concilio del Equinoccio, una reunión donde se congregan los maest...