Inclínate a mis pies autobús.

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Me desperté con un profundo dolor de cabeza. Sentía como una bala con púas revotando en todos los rincones de mi sien. Encantador. La tercera sensación menos placentera del mundo, después de caerse en público pero que cause preocupación en vez de risa y ver a Petra ruborizándose por Walton.

Petra.

Abrí los ojos lentamente.

El cielo era azul, sin ninguna nube, como si estuviera preparado para una película animada o no fuera a llover jamás. Bien por mí, no quería volver a ver una tormenta en mi maldita vida, si veía una jodida nube o una mera brisa de primavera, corría por mi vida o tocaría mi silbato anti pánico. Parpadeé.

Una lámina de sudor empapaba mi cuerpo flacucho y blanco.

Estaba acostado sobre tierra colorada, alrededor de mí había plantas enanas y secas pero espesas, lo suficiente para crear una barrera y que nadie me notara. Un árbol lánguido, de follaje que daba lastima, me protegía con su sombra. El clima era cálido y húmedo. O sea, estaba en un baldío, donde alguien pudo haber arrojado un cuerpo cantando una serenata y usando el disfraz de Elvis que había vestido Phil sin que nadie lo notara, tomen nota psicópatas.

Parecía mi mundo, pero nunca se podía estar seguro.

Traté de relajarme y recordar cómo había llegado allí. Había mucho viento, gritos, palizas, la voz de Elvis llamándonos... e íbamos a ser exterminados como son eliminados los mosquitos por un farol. Entonces yo había pensado que no quería morir y... ¿Yo había hecho eso? ¿Había llamado un portal y no había muerto en el intento?

Una corriente de excitación y alegría recorrió mi cuerpo. Era la primera vez que lo hacía a conciencia y la tercera vez que recordaba hacerlo en mi vida. Me incorporé al instante, estupefacto. Palpé mi cuerpo, estaba entero, miré mis manos arrugadas por las cicatrices, no tenía dedos de más o de menos. Continuaban vendadas por el desastre que había causado Elmo a principios de la semana, cuando quise sujetarlo con mis manos en el hotel Arena para que me diera información sobre lo que más buscaba Dracma.

Había funcionado. Yo había logrado manejar mi singularidad.

¡SÍÍÍÍ! ¡JONÁS BROWN POR FIN SALVÓ EL DÍA! —grité, aun acostado de espaldas, dando puños al aire.

Desde que me había enterado de que tenía poderes especiales había tratado de emplearlos, pero nunca con éxito. Incluso había llegado a pensar que no los tenía. Me pregunté qué había hecho de diferente. Si estar al borde de la muerte era la respuesta entonces prefería fingir que nada pasó.

No podía creerlo, me sentía muy orgulloso de mi mismo. Sonreía más que el payaso de Ronald McDonald. Seguro se había visto genial, me lamenté de que Ed no lo hubiera presenciado. Así podría presumirlo como unas treinta veces. Pero la alegría duró tan poco que no pude saborearla. Una pena, jamás había saboreado el éxito, podía tener gusto rico y yo jamás lo sabría.

Pero había otros problemas, me había desmayado.

«¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?»

Miré mi reloj. El de Petra no funcionaba, era de utilería porque su principal función era hacer que su usuario cambiara de apariencia. Descendí los ojos hacia el mío. Eran las seis de la tarde ¡Del martes! Llevaba durmiendo casi dos días. Maldita sea, me había convertido en una versión escuálida y fea de la princesa Aurora. Quedaban setenta y dos horas para el Concilio del Equinoccio y todavía no tenía la jodida cura.

Ya tenía tantos problemas como desaprobados acumulaba en el Triángulo.

«¿En qué mundo estaba? ¿Cómo salía de ahí? ¿Y mis amigos? ¿Por qué no habían ido por mí? Dudaba que pudieran encontrar a otro huérfano trastornado como yo»

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora