II. Adelgazamos en segundos.

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Ella nos indicó con el mentón que la siguiéramos y comenzó a caminar haciendo ruidos sonoros de succión por el lodo del suelo. Ese lugar no olía a rosas, precisamente.

Al estar de cabeza no bullía de ganas de separar los pies del suelo. Me daba la sensación de que caería, pero si con ese cinturón enorme 26J seguía viva, entonces yo también.

Comenzamos a caminar con torpeza, en cada momento que separaba mi pie del suelo sentía que caería. Me recordaban a las historias de vampiros donde andaban por el techo, desafiando la lógica, la gravedad y el exceso de maquillaje blanco. De hecho, Dante podría verse fácilmente como un vampiro porque estaba macilento al igual que una hoja de papel y le temblaba el labio como si quisiera soltar de sopetón todas las reglas que la niña estaba rompiendo, e iban en contra del reglamento de los mundos, como por ejemplo que poseyera armas mágicas o manipulara y amenazara a trotadores.

De seguro recordaba hasta la página en donde lo había leído, diría algo como: Página 320, inciso 4. Entonces Miles se burlaría y Dagna frunciría el ceño como siempre que hacía cuando algo la disgustaba, la ponía feliz, triste, tenía sueño o en cualquier otro momento del día.

Pensar en ellos me hizo echarlos de menos, lo último que había sabido del Triángulo era que estaban en peligro. Me preguntaba si pudieron defenderse de las Buscavispas o si las Catástrofes todavía no habían atacado las ciudades. Walton había llorado al leer una carta. Al menos Cam estaba seguro en su casa, con su madre. Tenía tantos lugares por visitar y sin duda alguna la guarida de la resistencia no era uno de ellos.

Pero en lugar de tener esas respuestas tenía por los repugnantes efluvios. Era lógico que un basurero fuera escondite de la resistencia. Nadie en su sano juicio pondría un pie en ese sitio pútrido. Salvo nosotros y Phil, claro, esa chatarrería me recordaba al patio trasero de su casa.

Agradecía haber perdido el apetito en los últimos días, pero el caruru que había comido en las calles de África para recobrar energías, hace casi un día, se me revolvía en el estómago.

—Algo apesta aquí —dije.

—¿Algo apesta en el basurero? Jamás lo hubiese imaginado —se burló de mi comentario obvio 26J, por más que iba cincuenta metros delante estaba oyéndonos, no me sorprendía con esas orejotas.

Ella ni siquiera giró. Dante se me adelantó para hablar.

—A mis padres no les gustan las manchas, si se enteraran que pacté con una secuestradora y me metí en un basural me castigarían —dijo en voz alta y se mordió el puño cerrado donde cargaba la roca—. No entiendo cómo producen tanta basura si solo estudian.

—Shhhh —lo chité mirando de refilón a la niña, no quería que ella entrara en modo abusadora otra vez y nos apuntara con el machete.

—Uy ¿Lo pensé en voz alta?

Asentí. No contesté porque estaba demasiado ocupado tratando de no morirme de vértigo.

—¿Crees que me habrá oído con esas orejotas? —se lamentó sin molestar en susurrar por segunda vez.

—¡Silencio! —reclamó la niña, perdiendo la paciencia.

Mi piel estaba manchada con hollín, la sentía suave y a la vez pesada como si me hubiera duchado con polvo de tiza, me daba comezón en la nariz y ardor en la piel, eso no le gustaría a mi dermatólogo. Dante rumiaba algo sobre alergias y que a sus padres se desmayarían del espanto si lo veían sucio, aunque el que estaba por desmayarse del espanto era él.

Miré de refilón a Veintiuno que se había colado, aprovechando la agitación del momento. Le deseaba larga vida a Logum siempre y cuando no hubiera nada mejor para hacer, como volar con piedras mágicas. Noté que él también me estaba espiando, cuando nuestros ojos se encontraron desvió la mirada con el peor disimulo en la historia de Nózaroc. Chasqueó la lengua desentendimiento, como si yo no le interesara y él fuera un chico malo al que no le preocupa nadie.

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora