Esa cosa nos da una paliza y huimos.

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 Antes de que Dan pusiera en marcha el auto una roca cayó en el capo y lo abolló como si fuera una hoja de papel. Todos gritaron del asombro. Un humo negro y escurridizo se filtró de la parilla, pero fue inmediatamente barrido por el incesante viento. Phil y Petra gritaron.

Dan no fue asaltado por el temor. En realidad, sí, pero reaccionó rápido, encendió el motor que arrancó milagrosamente entonando un gruñido forzado y retrocedió gritando:

—¡Miércoles, miércoles, miércoles, miércoles!

Por suerte no majeaba como maldecía, era un conducto nato que no se dejaba paralizar por la sorpresa. Phil se asomó a la cabina de adelante totalmente fuera de control.

—¡Esa roca salió directamente de la nada!

—Tranquilo camarada, no es la primera roca voladora que veo, con mi hermano vi cientas —respondió Sobe aferrándose del pasamanos, aparentando una pésima calma.

—¿Ah sí, genio? —preguntó Phil, gritaba tanto que las venas se marcaban en su garganta—. ¿Cómo se salvaron la última vez?

—Este... eh... —le dirigió la mirada a Dan, obviamente su hermano no se salvó de esa última vez—. Mejor acelera y sácanos de aquí.

—Eso intento. No puedo, no sé dónde estoy.

—¡Dónde estamos! —corrigió Phil—. ¡Recuerda que tienes vidas contigo!

—Vidas importantes —acotó Sobe—. ¿Quieres ser el responsable de matar al único Creador que tiene el Triángulo?

—¡No ayudan! —bramó y giró en redondo para esquivar una roca.

No sabía de dónde venían, la arena, las nubes y el polvo no te permitían ver nada. No parecía ser una tormenta de este mundo. Había relámpagos en el aire, pero la trayectoria que recorrían era horizontal como si fueran serpientes electicas que surcaban las nubes de polvo. Ya no estábamos en la carretera y por cómo iban las cosas no teníamos muchas posibilidades de encontrarla.

Era más probable que Phil se curara inmediatamente y que su verdadero yo fuera un adulto sereno, inteligente y responsable que hallar la carretera.

—¿Para qué se fue Berenice? —chillé.

—¡Dijo que fue a investigar! —agregó Petra.

—¿Ahora es una jodida detective?

—¡Silencio!

De repente las puertas de la minivan fueron abiertas y un viento que parecía tener manos me arrastró lejos de mis amigos. Oí sus gritos de protesta al ser expulsados también.

Lo último que vi antes de caer a un remolino tajante y polvoroso fue Dante. A él con la ropa inflada por el viento, permaneciendo en su asiento debido a que tenía cinturón de seguridad, estirando su brazo y tratando de atrapar a Sobe que era chupado por el vacío que lo atraía como una aspiradora.

Rodeé por el duro suelo, el tajo que cicatrizaba lentamente en mi frente se abrió al recibir el impacto. Cuando creí que pararía de rodar y golpearme algo incorpóreo me chocó y me alzó. Entonces pensé que prefería ser aporreado por el desierto que convertirme en una cometa. Descendí rápidamente.

Traté de aferrarme a la tierra seca o alguna maleza, dejé mis dedos surcados en el suelo y arranqué varias hierbas, pero no pude impedirlo. Fui aventado nuevamente hacia el firmamento y comencé a ascender muchos kilómetros. Era como volar sin dirección, pero no podía parar de gritar. Una corriente de aire caliente me absorbió y me hizo girar como si me deslizara por un resorte invisible.

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora