Petra me despertó cuando la noche había caído. Parpadeé y me incorporé.
Sobe estaba aparcando el automóvil en una gasolinera, estacionó, colocó el freno de mano y se apeó. La tranquila y normal luz de la gasolinera se desbordaba por la ventana. Era dorada y clara, casi nívea. Había extrañado tanto la luz, pero ahora que la tenía extrañaba otras cosas.
Phil se hallaba dormido en la parte trasera, acurrucado a mi lado y balbuceando algo sobre Elvis. Berenice estaba dormitando en la silla de plástico, abrigada con la chaqueta de aviador de Sobe, el cabello ensortijado y azabache le cubría la cara como un velo, tenía las piernas unidas y apoyadas sobre tres mochilas.
Dante bajó de la minivan con Sobe en una gasolinera llamada Cosmo. Sobe sabía algunas palabras de japonés y Dante lo hablaba con fluidez. El hombre que los atendió miró anonadado la camioneta con la cara de Elvis rayada y el aspecto destruido de Sobe, después de todo, Elmo, el familiar del asistente de Dracma Malgor, le había dado una paliza a principios de la semana; todavía tenía vestigios morados bajo los ojos y alrededor de la nariz.
Petra estaba desperezándose en una de las sillas de jardín amarradas al suelo y estirando sus puños por encima de su cabeza. Los brazaletes tintinearon con dulzura en cada uno de sus movimientos, se oían como cascabeles navideños. Observó que estaba despierto y sonrió gentil.
—Ya estamos en Minato, en veinte minutos llegaremos a Roppongi.
—¿Por qué parte de Minato estamos? —inquirí frotándome los ojos.
—En Shinagawa.
No sé para qué me había molestado en preguntar, todo sonaba igual. Petra curvó una de las comisuras de sus labios.
—Siempre me sorprendió lo rápido que despiertas, con esos ojos azules alertas y demenciales.
—No estoy loco, silla parlante —musité, tratando de hacer una broma, pero no había sido graciosa y por la forma exagerada en la que rio supe que estaba siendo amable.
¿Esa era mi voz? Sonaba más apagada y mecánica de lo que recordaba, como si fuera el maldito traductor de Google. Me dolía la garganta, la sentía arder como si hubiera tragado sopa de rocas. Petra despertó al resto porque faltaba poco para que nuestro viaje terminara, ya hablaríamos con Dracma, él nos diría lo que sabía sobre la guerra y mi familia y regresaríamos al Triángulo de una buena vez. Había muchas preguntas qué le haría, para empezar por qué los recuerdos que se había extirpado estaban relacionados conmigo y por qué los había dejado en el peluche de mi hermano.
—¿Pudiste comunicarte con ellos? —pregunté.
Petra meneó la cabeza mientras sacudía a Phil, él bufó, se cubrió con una capa que alguien había empacado y masculló:
—Cinco minutos más, Nancy.
Berenice se estiró hasta que sintió un puntazo en las heridas y se encogió a una posición menos dolorosa. Por más que sufriera aún conservaba su cara de póker, ni siquiera liberó un suspiro ante el dolor. Miró su ropa, luego observó la mochila en donde descansaba los pies, se inclinó, agarró una, corrió la puerta de la minivan, saltó afuera y fue en dirección a los baños de la gasolinera, caminando débil y lento.
—Creo que deberían quitarse esa ropa —musitó Petra refiriéndose a los uniformes de Nózaroc que aun vestíamos.
Sobe se asomó por la puerta abierta.
—Petra, sé que estás celosa de que Berenice salga conmigo, pero tampoco tienes que ser una despechada y pedirles a todos que se quiten la ropa.
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Los miedos incurables de Jonás Brown [3]
FantasyTras un año desde su visita a Babilon, Jonás continúa buscando la persona que, según el sanctus, lo llevará a sus hermanos: Dracma Malgor. Luego de descubrir que Dracma estará en el Concilio del Equinoccio, una reunión donde se congregan los maest...