Cuando salté al portal caí en una tina sobre Petra. Ella chilló indignada.
—Quiera de encima, me aplastas —bufó, dándome manotazos y haciendo que mis gafas se inclinen como un edificio después de un terremoto nivel ocho.
—Sí que sabes tirarte sobre las chicas, Jojo —se burló Sobe, su voz llegaba desde nuestro mundo, donde él nos observaba.
Todo estaba en penumbras, podía ver su silueta dibujaba por la escasa luz que se filtraba del portal. Ella me empujó a patadas, saltó el borde de la bañera entonando el rítmico sonido de sus brazaletes al ser sacudidos y se arrastró hasta el centro del baño rumiando irritada. Sin decir más, se puso de pie y se alejó. Me toqué aturdido la cabeza y el metal frío de la esposa me besó la frente. Gruñí, esa esposa me había amarrado a la muñeca la agente de la sociedad en Gales, cuando huía de la casa de Phil y todavía no había tenido oportunidad de quitarme aquella porquería.
Era un adolescente sin barba, pero con esposas. Genial.
El portal estaba flotando a mitad del camino entre la ducha y el fregadero. Era como una mancha luminiscente donde se veían un cielo azul recortado por hierbas mecidas por el viento gélido de otro mundo. Abrí bien los ojos, era mi última posibilidad de ver un pingüino, pero no apareció ninguno.
Cuando Sobe atravesó el portal aterrizó sobre el grifo del fregadero, se tambaleó con torpeza al suelo y silbó prolongadamente como señal.
Dante respondió al llamado y entró para cerrar el portal. Al instante la mancha se desvaneció como si nunca hubiese estado ahí. Por eso Petra se había ido, a veces me olvidaba todos los problemas que ocasionaba trotar dos Abridores y dos Cerradores.
Estábamos en un baño abandonado, había manchas de sarro chorreando en cada rincón, moho en el suelo de madera y polvo sobre los azulejos verdes. Ese lugar llevaba abandonado más de diez años y aun así le daba una lección de higiene a la casa de Phil. La oscuridad era absoluta porque las ventanas estaban tableadas con paneles de metal y entre las rendijas se infiltraba luz plateada.
El que había vivido en esa casa había tenido un portal en el baño. Sería peligroso descargar el tanque ahí o querer agarrar el champú y acabar en la isla más cerca del ártico.
—¿Qué es lo que tenía que ver? —pregunté parpadeando para acostumbrarme a la oscuridad—. ¿Una cabaña abandonada? ¿Una manada de conejitos? ¿A Petra siendo aplastada por mi culo?
Sobe se paró en mitad del baño oscuro mientras rebuscaba en su mochila una linterna y yo hacía lo mismo en la mía. Rogué que continuara funcionando porque la había hecho pasar por agua cuando salté a ese mundo de niebla antes de ir a Galés, el domingo... hacía una eternidad. Accioné el botón y la luz blanca me respondió parpadeando.
—Este... algo como eso —respondió Sobe indeciso, reteniendo su negatividad—, el pueblo está abandonado, las cabañas también, creo que hubo un incendio, esta es una de los últimos hogares en pie... ¿Y recuerdas que te dije que no tenían ciudades?
Bufé.
—¿Tendremos que ir a otro pueblo?
Sobe inclinó la cabeza a un costado, hablaba en voz baja y apresuradamente como un niño que juega a las escondidas y no quiere ser pillado.
—Bueno... algo como eso, ahora hay ciudades.
Tragué saliva, eso era raro.
—¿Hace cuánto no venías aquí?
—Doce años, tal vez más.
—¿Y construyeron ciudades?
Sobe asintió.
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Los miedos incurables de Jonás Brown [3]
FantasyTras un año desde su visita a Babilon, Jonás continúa buscando la persona que, según el sanctus, lo llevará a sus hermanos: Dracma Malgor. Luego de descubrir que Dracma estará en el Concilio del Equinoccio, una reunión donde se congregan los maest...