En Nózaroc hay jazz.

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Hay cosas que te quitan el aliento. Saltar a una piscina, comer algo muy caliente, conocer a tus ídolos, ver algo como el Banco de Nózaroc.

Ese lugar era como la casa del bicho raro de televisión Jeepers Creepers, repleta de órganos, pero mucho más limpia.

Cuando me até la soga a la cintura y comencé a bajar por el sistema de poleas que habían creado con el arma-arpón de La Sociedad, no pude evitar quedar anonadado. Tenía tanta tecnología de ultima gama que haría ver a Steve Jobs como un cavernícola, de alguna manera lo comparaba constantemente con cosas de mi mundo para no alucinar.

Ver el interior del edificio me quitó el aliento. Oírlo, me quitó el aliento.

Sentirlo.

Y también perdí el aire porque Sobe meció la cuerda y me estampó con una pared, pero ese no es el punto.

Lo primero que creí era que había una banda de música en alguna parte del escenario fuera de las instalaciones, se escuchaba tambores, cientos, miles, millones, palpitando sin acordes, tamborileando en distintos tiempos. Pero cuando abrí la escotilla y bajé supe que eran los corazones. Bombeaban aire, prácticamente, contrayéndose en cada solitario latido. Sentía sus vibraciones en la boca del estómago, como cuando en una fiesta o concierto te paras junto a un parlante enorme. Me retumbaban en las entrañas y la cabeza.

Puuuuuuuuummmmm.

El zumbido se oía como si estuviera molesto. Por poco llegué a pensar que los corazones de esas personas eran sus almas y todos estaban tristes y enojados, viviendo encerrados en su propia mente, como el padre de Cam.

Me vibraba todo el cuerpo, se me erizaba el bello corporal. Si no salía de allí rapidamente me volvería loco.

Las paredes eran de un color blanco platino, los suelos, muy lejos de mí, eran de estaño. Los corazones no estaban guardados en bóvedas o escondidos en jaulas. Estaban en tubos de agua o un líquido transparente y limpio, que tenía burbujas pequeñas como la soda.

Del techo hasta el suelo de estaño pulido, había tubos plásticos verticales, parecidos a los de mensajería, larguísimos, más altos que los rascacielos. Los cilindros no eran muy anchos, pero eran largos. Contenían corazones cada cuarenta centímetros, como las cuentas de un collar, supuse que estaban flotando sobre algún separador. Eran como vitrinas de premios apiladas en columnas.

Entre los tubos, intermitentemente, había pasarelas de aluminio con barandillas, amplias como calles, que te permitían caminar y llegar a los diferentes niveles de los tubos.

Descendí dejando atrás cuatro filas de pasarelas. No queríamos acabar en el último piso porque estaríamos toda la noche bajando y buscando alguna manera de apagar los parlantes.

Tragué saliva, me sujeté del cable y miré abajo. Estaba por aterrizar en la pasarela donde se hallaba 1E. Él se encontraba parado en mitad del puente, observando el tubo más cercano. Noté que cada vitrina cilíndrica tenía chapado un nombre. Era como se llamaba el antiguo propietario del corazón: 14D, 9N, 31S... Supuse que él jamás había visto el interior del Banco y toparse con tantos órganos resultaba realmente estremecedor y deprimente.

1E tenía los brazos caídos hacia delante y sus dedos sujetaban débilmente el arco y la fleca, como si dudara de que pudieran protegerlo. Estaba envuelto en su silencio tímido y perturbador. Un mirlo se hallaba parado sobre su hombro. El ave saltaba y cantaba como si se hallara feliz en un día de primavera, tal vez a Phil le gustaba el lugar o estaba teniendo un episodio psicótico.

Mis pies tocaron el suelo, me desaté la soga de la cintura, le di dos jaloncitos y el cable subió rapidamente emitiendo un chiflido.

Puuuuuuuuummmmm.

Los miedos incurables de Jonás Brown [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora