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*Narra Bia*

Entré al baño y me pegué a la puerta. Estuve ahí unos minutos. Luego, me acerqué al espejo.

─ dios santo, yo no puedo...yo no puedo estar con esta falsa y con una maldita sonrisa -susurré nerviosa mientras me miraba en el espejo.-

Caminé unos segundos por el baño.

─ tienes que poder Bia -me di ánimos a mí misma.- ya haz llegado muy lejos -volví a mirarme al espejo.- así que cuándo cruces esa puerta, le sonreirás cómo si te estuvieses enamorando de él.

Agaché la cabeza unos segundos.

─ maldita mi vida, mira que tener que pasar por esto por unos malditos kilos de cocaína.

Me llevó rato volver a mi estado. El de chica padeciente de Síndrome de Estocolmo.
Cuándo lo conseguí, salí envuelta en una toalla y me acerqué al mueble dónde metí los pijamas.
Sentía la mirada de Evan puesta en mí, pero hice cómo si no estuviese.
Cogí ropa interior. Metí las bragas por debajo de la toalla y me la puse, luego, quité la toalla para ponerme el sujetador. Él no podía verme de frente porque yo le estaba dando la espalda. Una vez puesto, me acerqué a la cama para poder coger el pijama que había lanzado minutos antes ahí.

─ ¿qué tanto me ves? -pregunté con una sonrisa.-

Sonrió.

─ eres preciosa Bia, preciosa y muy sexi.

Lo miré sonriendo.

Terminé de ponerme el pijama y me subí a la cama.

─ déjame ver eso -moví la compresa de su cara y toqué su pómulo con cuidado.- ¿te duele?

─ no me duele princesa.

─ igualmente déjate el frío un rato más para que se te vaya el hematoma.

─ está bien.

Al rato bajó las piernas de la cama, lo miré.

─ ¿a dónde vas?

─ a buscar el portátil, mañana tengo reunión y quiero estar bien informado de los temas que trataremos.

─ voy yo, tú quédate aquí.

─ no, no quiero molestarte, bajo y subo enseguida.

Me bajé de la cama y me acerqué a él.

─ voy yo, quiero beber un poco de agua, te subiré el portátil.

─ bueno, está bien, gracias.

Le sonreí una vez más y salí de la habitación.
Bajé y fuí a la cocina.

─ hola -Estela y Silvia dejaron de limpiar y me miraron.-

─ hola señorita -dijeron las dos a la vez.-

─ ¿en qué podemos servirle? -habló Silvia dedicándome una sonrisa.-

─ ¿tienen limonada?

─ por supuesto.

Cogió un vaso y se acercó a la nevera.

─ ¿puede servir uno para Evan?

─ sí señorita.

Me tomé la limonada y cogí el vaso para Evan.

No puedo enamorarme de ti ||TERMINADA||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora