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Los siguientes cuatro días pasaron lentos, muy lentos. A las ocho y cuarto, le llevaban el desayuno , todos los días lo mismo. Por suerte, la leche de los siguientes días era lo suficientemente comestible.

Luego, el rizado se tumbaba en la cama y simplemente se perdía entre sus pensamientos, intentando mantenerse cuerdo y no arrancarse el pelo en un ataque de ansiedad.

A las dos y media, llegaba otro enfermero y le traía la comida. Todos los días le trajeron lo mismo. Lo que parecía una sopa, con unos pocos fideos, un trozo de pan y una mandarina, más pocha que otra cosa.

" Será que me traerán la misma comida por estar en aislamiento. O, por lo menos, eso espero" - deseó el ojiverde.

Al rato, venía el mismo enfermero para llevarse la bandeja vacía y Harry intentaba conciliar el sueño , aunque fuese un efímero rato, una siesta.

Sobre los ocho y media, venía el mismo enfermero que el que le había traído el desayuno y le dejaba la bandeja con la cena. Las cuatro noches no consiguió cenar, ya que no le gustaba el pescado y en eso consistía el plato.

Eso le trajo problemas , ya que el enfermero que venía de quejaba de que no comiera y, la tercera noche, le llegó a tirar la bandeja de comida encima.

Harry estaba tan cansado que no reaccionó agresivo, como solía hacer la mayoría del tiempo.

Gracias al cansancio psicológico que tenía, lograba dormir toda la noche, aunque de las pesadillas no se llegó a librar ningún día .

Las llevaba teniendo desde la huida de su madre. Después , se intensificaron y tuvo que recurrir a un psicólogo, amigo de su padre.

Al principio, Harry iba a su consulta dos veces por semana. Las consultas consistían en la narración de las pesadillas del rizado. El psicólogo le escuchaba y le daba algún consejo para tranquilizarse tras tenerlas, pero de poca cosa le servía.

Pasó a ir tres veces al mes y, al tiempo, dejo de ir. Le mintió a su padre diciéndole que ya había dejado de tenerlas, por un parte, para no preocuparle más de la cuenta, por otra era para dejar de malgastar tiempo y dinero en esa consultas , ya que al fin y al cabo, no le servían de nada.

Las pesadillas eran, casi siempre, sobre el mismo tema. El abandono de su madre, la enfermedad de su padre, el acoso que recibía en clase... Para Harry, dormir era la única manera de escapar de sus problemas, ya que se pasaba el día con una lucha interna sobre todos sus problemas personales, pero ni siquiera de esa manera lograba estar tranquilo del todo.

Así eran las cosas para él. No puedes escapar de tí mismo,por mucho que lo intentes. Y eso era  lo que el rizado más deseaba, poder acallar las voces de su cabeza. Eso fue lo que intentó aquel día en la escuela, porque sabía que, desde ese momento, no las podría acallar de otra manera.

A el ojiverde siempre le había costado relacionarse con los demás. Al principio, él sí quería tener amigos, pero la gente es muy cruel, sobre todo con los más débiles.

Siempre que intentaba entablar una conversación con cualquier chico de la escuela, ello le saltaban con algo sobre sus padres.

Eso hacía sentir verdaderamente mal al chico , por lo que llegó un momento en el que dejó de intentarlo.

Pasado el tiempo, Harry creó un estable muro alrededor de su corazón, haciendo que ningún tipo de sentimiento lograse entrar y causar algún daño en él.

Pero tenía una pequeña fisura. Su adorado padre. Cada vez que llegaba a casa y lo veía, el muro que tanto le había costado construir, se derribaba. Muchos días entraba en la habitación de su padre y lo único que hacía era llorar sobre sus rodillas, apoyado por los brazos de Des. Su padre era el único que sabía como tranquilizarle.

Pero Des ya no estaba y Harry debía aprender a sobrevivir sin su padre.

Pero lo que él no sabía es que llegaría otra persona, capaz de crear otra fisura en su preciado muro. Eso ya lo descubriría con el tiempo.


Clínica Cowell [ls]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora