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- ¿ Necesitas ir a la enfermería Josh ?- preguntó Michael, un tanto preocupado.

- No me duele lo suficiente como para tener que ir. Es solo que de vez en cuando me dan leves, o no tan leves, pinchazos en el estómago- respondió.

- De acuerdo. Si necesitas algo, avísame- dijo Michael, acostándose.

- Sí, no te preocupes-

Michael Clifford y Josh Devine llevaban compartiendo habitación desde hacía seis meses. Josh había ingresado un año atrás, pero a su compañero le dieron el alta, por lo que le buscaron uno nuevo.

Michael había ingresado tres meses atrás, diagnosticado con esquizofrenia. Llevaba medicándose varios años, pero no era lo suficientemente efectivo como para llevar una vida normal.

Sufría graves ataques agresivos, lo que es bastante irónico, ya que la mayor parte del tiempo era una persona pacífica, tranquila. Era casi adorable. Por eso se le hacía tan difícil el hecho de ponerse agresivo. Él no era así.

Los primeros meses que estuvo allí, los paso en el área de aislamiento, por los repetivos ataques. Tras empezar un fuerte tratamiento, mejoró lo suficiente para poder considerarse un paciente de no riesgo y lo trasladaron al otro ala, donde compartirá habitación con un chico dos años menor que él.

Josh Devine, un chico de tan solo diecinueve años, llevaba un año en la clínica. El chico sufría anorexia nerviosa.

Fue diagnosticado cuando cumplió diecisiete años. Los estudios le estaban llevando a la rutina. Su familia tenía problemas económicos y el chico intentaba estudiar y conseguir las máximas notas posibles y trabajar para llevar un poco de dinero a casa. Pero no era suficiente.

Su madre había empezado a ir a un banco de alimentos y se sentía muy mal por ello. No por el hecho de que si madre tuviese que ir allí, sino que tanto él, como sus padres, habían empezado a perder amistades por culpa de su situación económica.

Josh lo veía algo sumamente estúpido, pero no se puede luchar contra la estupidez humana, desgraciadamente.

Todo ello lo llevó a desarrollar este trastorno. Sus padres lo llevaban notando distante bastante tiempo, pero lo asumieron como algo normal, por la cantidad de problemas.

Pero a ese comportamiento terminó sumándose la rápida pérdida de peso. Cuando lo detectaron, ya era tarde, pero no lo suficiente.

Así que decidieron internarlo lo más urgentemente posible. Y así fue.

Los primeros meses fueron muy duros para él, ya que no podía cuidar de su familia y eso le hacía sentirse asqueado consigo mismo.

Pero, tras duras sesiones de terapia, consiguió empezar a sentirse mejor, poco a poco.

Sabía que le quedaba todavía mucho camino que recorrer, lágrimas que derramar y noches que trasnochar.

Pero poco a poco se consiguen las cosas. La carrera de la felicidad es dura, pero sobre todo, difícil de recorrer hasta la meta.

En cuanto que se conocieron, entablaron una buena amistad. Ni siquiera ellos sabían muy bien porqué, pero cada pieza de su personalidad encajaba con la del otro.

Ambos eran fanáticos del baloncesto y se pasaban prácticamente las mañanas enteras jugando en las canchas del patio.

Era una forma de evadirse de la cruda realidad en la que vivían.

Eran un anoréxico y un esquizofrénico en un hospital psiquiátrico.

Pero cuando se ponían a jugar, se convertían en tan solo dos amigos, en una cancha de baloncesto.

El deporte había ayudado a miles de residentes que habían pasado por la clínica.

Al principio, la mayoría de pacientes no tenían permitido la práctica deportiva.

Tras un tiempo, los psicólogos decidieron incorporar el deporte al tratamiento de sus pacientes.

Vieron mejoras en ellos, especialmente en su comportamiento a la hora de afrontar el día.

Primero añadieron el fútbol y el baloncesto. Los residentes aclamaron esta idea, ya que les recordaba a momentos en los que si vida todavía no se había derrumbado. Disfrutaban enormemente el momento de la mañana en la que salían al patio y podían comportarse como jóvenes normales, olvidándose de todo, tanto su entorno como su diagnóstico. Ésta era el principal objetivo que buscaban los psicólogos al añadir la actividad física en los tratamientos.

Más tarde, empezaron a jugar al voleyball. Fue rechazado al comienzo por la mayoría, ya que su masculinidad frágil no les permitía practicar un deporte mayoritariamente femenino. Con el tiempo, cada vez más residentes se fueron uniendo al juego y, al final, terminaron la gran mayoría jugando.

Por último, se añadió el boxeo. La gente no reaccionó muy seguro ante esta decisión, pero, poco a poco, se fueron soltando. Al principio, fue un grupo muy reducido los que pudieron acceder al pequeño gimnasio, donde se guardaba todo el equipo de boxeo. Al ver que la cosa marchaba bien, fueron añadiendo gente al grupo que entrenaban, siempre con supervisión de enfermeros y algún psicólogo, para poder ser testigos de la evolución de los pacientes frente a este estímulo.

Con el tiempo, se dieron cuenta que los pacientes más agresivos y problemáticos, se iban clamando y causando menos problemas . Esto fue de gran ayuda, tanto para los enfermeros, como para los demás residentes.

Una vez al mes, hacían un pequeño torneo por equipos y, cada vez, era de un deporte distinto.

De esta manera, involucraban a los pacientes, tanto en el deporte, como con sus compañeros.

Clínica Cowell [ls]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora