El Padrino de Harry Potter

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El viejo barrio de Spinner's End, calles largas de casas iguales y en mismo estado de conservación, con tejas rotas, vidrios opacos, rotos o más bien desaparecidos. Casas de ladrillo viejo, en ruinas debido al tiempo. Farolas rotas a su paso, luces encendidas con tramos donde la oscuridad reinaba.

La oscuridad de la noche lo ayudaba a caminar a su paso, una sombra negra que caminaba, dejándose ver cada tanta farola que apenas iluminaba. El hombre de la nariz ganchuda caminaba a paso serio, firme avanzando a una vieja casa de ladrillo y cuya puerta de madera deteriorada por mera casualidad aún estaba en pie. Un destello salió de la manga de su túnica negra, el cual abrió la puerta, la sombra alta entro.

La normal vista estaba frente a él, las luces de vela de la casa prendidas por tramos, dando un lúgubre ambiente a su paso, el sillón añejo, esperando a su dueño. La chimenea estaba apagada y así se mantendría durante todo el verano. Libros y libros apilados tanto en los estantes como en el suelo, muebles rotos apenas en pie.

Esa casa, nunca sería su hogar, aun así, como en sus años de estudiante, estaba obligado a regresar cada verano. Era el hogar de sus más grandes tormentos, de una tragedia que no pudo evitar. Los gritos ya no se escuchaban, la cocina estaba apagada, esa casa era solo un vestigio de un pasado.

Se sentó cayendo pesadamente sobre el viejo sofá, el cual inmediatamente soltó una nube de polvo. Se res costo, dejándose llevar por la oscuridad y el silencio de la habitación.

Como cada verano se puso a pensar, pensar que su estadía, debería ser la desconexión de su vida como profesor de pociones, no tendría que soportar a un montón de mocosos incompetentes, chiquillos presuntuosos, no tendría que pensar en sus clases.

Pero aquella casa era todo menos eso, era el recuerdo de un pasado violento y oscuro, el recordatorio a diario de la existencia de Muggles que no merecían piedad alguna a la hora de ser torturados o castigados por sus crímenes, el recordatorio que una mente, quizás débil o quizás manipulada, podía abandonarlo todo por un absurdo ser despreciable y manipulador, el recuerdo de que una vez estuvo ausente para evitar el final anunciado.

A la mañana siguiente despertó dispuesto a esperar la llegada del correo, de su ejemplar del profeta y su siempre confiable contrato como profesor de Hogwarts. Y a la misma hora, tan puntual como siempre llegaron ambas lechuzas, pago el diario como era costumbre colocando las monedas en la pequeña bolsa en el cuello del ave, dejo entrar a su lechuza personal, la cual se posó rápidamente en el respaldar del sofá de la sala, dejando sobre una pila de libros sobre una mesita de café.

— Veamos — exclamo sentándose pesadamente sobre el sofá, un simple movimiento de varita llamo a una pluma que estaba cerca y al tintero, y una mesa ratona llego a convertirse en el atril para rellenar el formulario anual.

Lo primero que noto fue el contrato no era el mismo que el año anterior, el sobre en el que llego era muy parecido a los sobres que mandaba el ministerio. El siguiente indicio del cambio fue que, al abrir, en la parte superior del contrato estaba el sello del ministerio, no había mucho que comprender, el ministerio ahora se hacía cargo de los contratos de Hogwarts.

El nuevo contrato claramente también estaba encantado, lo noto cuando solo la parte superior del pergamino estaba dispuesta a completar con datos personales, si su conjetura era correcta a medida que fuera completando se revelaría el resto del contenido, por lo que empezó.

— Nombre completo: Severus Snape — dijo mientras escribió, siguió con lo siguiente, su fecha de nacimiento, su edad en años cumplidos a la fecha, nacionalidad, sexo, Status de Sangre, su dirección de residencia que figuraba en documentos para el ministerio. Fue completando todo, sin demora, escribiendo en su bella letra manuscrita, lentamente, mientras gruñía recordando la cantidad de alumnos que tenía que enseñar en Hogwarts y la gran mayoría no se esforzaba en escribir de manera clara y precisa, la mayoría parecía que escribía como si sus manos fueran patas de gallina.

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