Harry Potter

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El vecindario de Privet Drive, un lugar bastante acogedor que emanaba un aire de aparente felicidad y normalidad, casas iguales de colores tenues, todas arregladas denotando que parecían vivir familias felices en cada casa, jardines espaciosos con pastos verdes y flores, autos brillantes aparcados, esa imagen le dio asco.

Severus Snape estaba gruñendo ante la visión que tenía en frente para aguantar sus deseos de vomitar, no estaba ahí por mero gusto, su objetivo era obtener la dichosa firma de Sirius Black y divorciarse de él, anulando así cualquier relación con uno de los hombres que más odiaba.

El banco de Gringots le dio la primera información importante o al menos que Black consideraría como tal, al ser padrino de Harry Potter podía pedir un resumen de las transacciones realizadas en la bóveda del niño, específicamente de movimientos de esta.

Para su fortuna resulto que una cantidad de dinero era cambiado a la moneda que usaban los Muggles y depositado en la cuenta bancaria de un tal Vernon Dursley, dinero que era depositado de manera mensual, no había otros retiros ni movimientos, al parecer la bóveda estaba siendo usada de manera apropiada mandando unas monedas para manutención.

Lo segundo que debía hacer era ver al dichoso niño, aunque debía admitir que su ahora esposo no resulto tan tonto como creyó, o al menos lo que aparento en sus años de escuela, Black le dijo una gran verdad, no importaba que encantamiento se usara para la protección, cualquiera con una relación de parentesco, por más lejana que fuera, podría encontrarlo.

Al ser Sirius Black el dichoso padrino y el su esposo, lo encontraría sin demora y resulto ser verdad, primera falla de Albus Dumbledore, pensó, aunque quizás el anciano director no se había percatado de ella al creer que no existía más familia.

Oculto tras un encantamiento para cubrirse, ya que la visión de un hombre vestido completamente de negro sería demasiado llamativa en ese barrio, camino hasta el número 4 de Privet Drive. Prefería no decir nada, no entablar conversación alguna con ningún Muggle o con el mismísimo niño, solo sacaría un par de fotografías y se iría, sencillo o eso creyó. Espero que la puerta se abriera, Petunia Dursley salió para recoger las botellas de leche, como una ráfaga de aire paso veloz.

La casa por dentro, a su parecer, era horrible, repleta de tonos claros y muebles de pésimo gusto. Miro con atención cada retrato en la pared, viendo solo imágenes de una enorme pelota de color rosa vestida, de cabellos rubios, miro detenidamente cada fotografía o retrato, notando que no había otro niño en ninguna de ellas.

Escucho un par de golpes a una puerta debajo de las escaleras, justo detrás de sí, se giró, la mujer de cuello largo toco ordenando a alguien dentro que se levantara. Se quedó observando interesado, no creía que Petunia tuviera un elfo doméstico, claramente en lugares así se los ocultaban o Vivian.

No paso mucho cuando de debajo de la puerta vio salir al niño de cabellos oscuros revueltos, delgado, con unos anteojos rotos y remendados que ocultaban el color verde de sus ojos. Se estaba terminando de poner la ropa, una remera de color gris bastante desteñida y un pantalón corto color marrón, ambas prendas claramente tres veces su talla y con tanto tiempo de uso que tenían huecos en ellas, ajustaba su pantalón con un cinturón que al menos le daba tres vueltas a la cintura.

Sintió entonces desde arriba que alguien bajaba corriendo apresurado, era aquella bola de color rosa, ese niño claramente era el dueño legítimo de la ropa que usaba el más pequeño por su enorme tamaño. El niño de cabellos rubios apenas paso al lado del otro y lo empujo dentro de la alacena debajo de las escaleras, sin ningún cuidado, haciendo que se golpeara contra unos estantes que tenía productos de limpieza.

Sorprendido ante tal hecho y que otro niño solo fue a la cocina a sentarse a comer, se acercó a revisar al pequeño de anteojos, notando que este sollozaba en silencio mientras se sobaba la cabeza ante el golpe. Se reincorporo en cuanto pudo, secando sus lágrimas con la manga de la remera de color gris, y sin más se fue a desayunar.

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