33. Juego I

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Tengo que aprender a mantener la boca cerrada.

Tengo que aprender a decir que no.

Tengo que abrir en canal a Lucian por haberme convencido para que le siguiese a una misión en un colegio, más me valdría estar en un manicomio.

Y claro, el señor se aburre y todos tenemos que entretenerle. ¿Por qué tiene que ser tan feudalista? ¿No le llegaba con enseñar a su nueva ghoul a complacerle? ¿No era más que suficiente que estuviésemos entrenando ya a su futura chiquilla? No. Tenía que intervenir en el estúpido juego que se les ocurrió para matar el tiempo.

Terminaré por abrirlo en canal, llenarlo de piedras y hundirlo en el foso. ¡Y que se lo coman todas las serpientes que tengo allí cuidando su hermoso castillo!

Reconócelo, Ennoia. Te encanta el castillo, es un lugar tranquilo, puedes tener a tus mascotas sin que te toquen las narices, te dejan hacer lo que te da la gana en tu sección y no te obligan a socializar salvo en circunstancias excepcionales. Y esta era una de esas circunstancias en las que tenías que ser sociable.

El caso es que me tocó ser la juez y jurado de un concurso estúpido en el que las parejitas se habían retado a seducir a una parte de la población del colegio. Tampoco tenía por qué ser tan malo. Estaba claro que la primera en cobrarse su premio sería Julia. Esa capadocio siempre ha tenido un cuerpo escultural y es capaz de hacer que un hombre babee su nombre sólo con un aleteo de pestañas. El que lo tendría complicado hasta lo indecible era mi pobre amigo Lameth.

Siempre era el que peor lo pasaba con este tipo de apuestas, hacía demasiado tiempo que había olvidado el arte de la seducción. Si no necesitas beber sangre, no necesitas encandilar humanos, ergo no seduces. El pobre es feliz si lo dejan tranquilo en su laboratorio de otro mundo, con sus maquinitas que hacen ruiditos, sus botes burbujeantes y todos esos aparatitos llenos de luces. Espero que el haber recuperado su varita de joven le ayude a recordar cómo se seducía a una mujer. Pero no necesita ganar. ¿Para qué va a querer que Lavender haga lo que él desee durante una semana? Si la pobre niña ya lo hace de manera totalmente inconsciente. Está aprendiendo sumerio sólo para complacerle a él, está esforzando su limitado cerebrito para aprender como una loca y estar a la altura de su intelecto. Casi me da lástima el modo en que se desvive por ser merecedora de su aprecio. No se da cuenta de que él no necesita nada de eso.

El lunes comenzó con una discusión sonada de la pareja estrella de todo el circo. Eran el detonante de todo el juego, en cuanto ellos dejasen de estar oficialmente juntos, se abriría la veda para todos los demás. En la reunión del viernes habíamos acordado que no tendrían opción si todos creían que seguían juntos. Draco y Hermione empezaron a discutir nada más entrar en el comedor.

- ¡Me tienes harta, Draco! – Le gritó Hermione en el umbral de la puerta.

- ¡Déjame en paz! – Protestó él. – Llevas todo el fin de semana con lo mismo, ¿no puedes cambiar el discursito?

- ¡No lo cambiaré mientras tú no cambies de actitud, Draco Malfoy!  - Se enfrentó a él con los brazos cruzados sobre el pecho, en actitud desafiante.

- Ahora el que está harto soy yo. Esa actitud de directora de colegio me tiene hasta los colmillos. – Irguiéndose en toda su estatura y mirándola por encima del hombro. – No pienso aceptar este comportamiento nunca más, Granger. – Arrastrando su apellido con malicia.

- ¿Te crees que me das miedo con esa pose de vampiro todopoderoso que me va a pisotear como si fuese un insecto? – Se mofó ella. – Puedes ir buscando en tu arsenal algo un poco más intimidante porque no me das ni escalofríos. Sigues siendo el mismo niñato caprichoso y pagado de tí mismo que antes de que te convirtieses. ¡Vas listo si te crees que eso me importa!

Entre las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora