Amanecía un nuevo día en el castillo de Hogwarts. Sabía perfectamente que el sol invernal comenzaba a calentar los tejados de las torres. A estas horas, el dormitorio de Hermione en la Torre de Gryffindor empezaría a tomar una temperatura agradable a causa del calor que las tejas estarían transmitiéndole al cuarto. Pero nosotros estábamos en el sótano, muy lejos de los rayos solares, tanto que jamás podrían alcanzarnos. Hermione dormía aún a mi lado, había tardado poco en quedarse dormida en mis brazos tras toda la agitación sufrida el día anterior. Primero la revolución para disfrazarse como animadoras, luego el caos del partido, la emoción que se había apoderado de nosotros incluso aunque ella no fuese una amante del Quidditch, la batalla, toda la adrenalina que había recorrido su cuerpo por la preocupación, la perorata en el despacho del director, sin olvidar el tener que huir de su cuarto porque sus compañeros se habían vuelto majaras y querían clavarme una estaca. Definitivamente, eso había sido lo último que sus nervios necesitaban, era perfectamente normal que hubiese caído rendida nada más tocar la almohada.
No moví ni un músculo. Mi cuerpo no necesita moverse para saber que estoy despierto. Es simplemente un estado de consciencia o falta de la misma. Anoche Hermione no había pensado aún en una manera de redecorar la estancia para hacerla más agradable, evidentemente tenía otras cosas en mente, como maldecir a sus compañeros de casa por querer convertir en cenizas a su novio. El caso es que deseaba ofrecerle una sorpresa agradable aquella mañana, se la merecía con creces por haberse sentido orgullosa de mí en el campo de batalla. Tampoco necesito mover un dedo para conseguirlo, gracias a mi sangre vampírica puedo simplemente desear que algo tenga lugar y la magia hace el resto.
Me concentré en la sala tal cual estaba tras haberla remodelado la primera vez e intenté pensar en un entorno agradable, no la mazmorra húmeda y tenebrosa que era. Lo primero que se me ocurrió fue que era un buen momento para eliminar los opresivos muros, de inmediato me acordé del cuarto que tenía en mi casa, con dos paredes totalmente acristaladas. Sabía con certeza que los muros se habían volatilizado y aparecido en su lugar dos amplias cristaleras. Hice que al otro lado apareciese otro recuerdo que vino a mi mente, los jardines que tanto amaba Lucian. A ambos lados teníamos sendas vistas de los jardines que ocupaban una buena parte de la fortaleza de Aquitania. Lo siguiente era hacer algo con el techo. Quizás le gustaría ver algo diferente a la efigie de Salazar, por ello la eliminé completamente. En su lugar situé una lucernaria que permitía entrar la luz de un falso sol de verano en la estancia. El pasillo de mármol que había sobre el estanque, se convirtió en un puente cubierto de una rosaleda y rodeé con un macizo de jazmines la orilla más alejada del estanque. Allí situé las estanterías, una mesa y dos sofás, modificándolo todo para que tuviese unos colores más claros, menos opresivos.
En la zona dedicada al dormitorio, el armario se transformó igualmente, dejó de ser un mueble y pasó a ocupar toda la pared. La ropa de la cama fue también tomando unas tonalidades más acordes al nuevo aspecto de la cámara. En la pared opuesta apareció una pequeña mesa con dos sillas. Sabía que Hermione estaría hambrienta cuando despertase y también querría leer, como cada mañana, el Profeta. Por eso conecté de inmediato la mesa con la cocina y ordené a los elfos que nos enviasen un desayuno apropiado. Una bandeja con tostadas, café humeante y zumo de naranja recién hecho, se materializó sobre la mesa. El aroma del café hizo que empezase a removerse contra mí, sabía que pronto se despertaría, nunca ha sido capaz de resistir ese aroma.
Pero me iba a ocupar de que aquel despertar fuese uno de los mejores de Hermione, nada iba a permitir que su rostro se ensombreciese hasta que tuviese una buena carga de endorfinas y cafeína en sus venas. Comencé a moverme con cuidado de no despertarla todavía, pues deseaba que lo hiciese en el momento oportuno. Descendí por las sábanas y comencé a besar su abdomen, sembrándolo de diminutos besos que no le harían reaccionar sino de manera inconsciente todavía. Comenzó a revolverse ligeramente y a emitir algunos murmullos de aprobación. Me sonreí. Mi lengua trazó un camino descendente desde su ombligo hasta desaparecer entre sus piernas. Un gemido de placer me dio la bienvenida. Seguí besándola y acariciándola con mi lengua, acercándome cada vez más al punto en que sabía iba a provocar que se despertase de un golpe. Me esforcé por retrasarlo todo lo posible, recreándome con su aroma y su excitación, hasta que tampoco fui capaz de contenerme por más tiempo. Deseaba probarla al fin y abrí mi boca para tomarla por completo. El jadeo pronto llegó a mis oídos.
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Entre las sombras
RomanceDraco sufre un grave accidente y su única manera de salvarse es convertirse en un vampiro, de todos modos desea regresar a Hogwarts y terminar su último curso... pero lo va a tener muy difícil.