Una vez más observaba el sueño de Hermione. No podía dejar de pensar en todo lo que me había echado en cara y al mismo tiempo tenía la compulsión de olvidarlo todo. Sabía que era imposible que alguien comprendiese lo que pasaba por mi mente al verla. Una sencilla adolescente estaba volviendo mi mundo del revés. Una niña, frágil y mortal, tenía mi muerto y eterno corazón en su puño. ¿Cómo resistirme a proteger lo que la hace tan inalcanzable para mí? ¿Cómo mantener encerrado en su cuerpo el latir de la vida a pesar de lo mucho que desearía compartir mi eternidad con ella?
- ¡Buenos días, bellos durmientes! – La voz de Lucian resonó por las paredes de piedra de la cámara y me sacó de mis ensoñaciones. – Amanece en un hermoso día de invierno y quiero compañía en mi cabalgada matutina. – Su cabellera rubia asomó por los cortinajes del dormitorio. – Enseña la pierna, cachorro. – Me reclamó riéndose.
- ¿Qué ocurre? – Preguntó una somnolienta Hermione que despertaba a mi lado.
- Buenos días, preciosa mía. – Susurró junto a su oído. – Quiero que conozcas a alguien. Te está esperando deseoso. – Me miró sonriente. – Tú también puedes venir, Draco. He traído a Rayo Negro para que puedas seguir nuestro paso.
- ¿Vas a llevar a Hermione en tu grupa? – Mirándolo con desconfianza.
- ¡Por supuesto que no! – Exclamó con una sonrisa. – Montará a Crowley.
- ¿Qué? – Irguiéndome de un salto. - ¿Le vas a dejar montar a Crowley?
- Es humana. – Encogiéndose de hombros antes de acercarse al armario de donde sacó mi traje de montar y otro para Hermione. – No quiero que se rompa el cuello y puedo confiar en Crowley. Apresuraos, os espero en los establos. – Desapareciendo entre las sombras.
- ¿Qué hora es? – Preguntó ella buscando a tientas el reloj sobre la mesilla.
- Las cinco de la mañana, está amaneciendo apenas. – Respondí tras una fugaz mirada a mi reloj de pulsera, sólo necesitaba comprobar la hora exacta, pues mi cuerpo sabía que aún no había amanecido. – Lo siento, pero me temo que esto es lo malo de compartir tu vida con gente que no duerme. – Encogiéndome de hombros. – Se les ocurren ideas peregrinas a horas intempestivas.
- No pasa nada. – Le quitó importancia con un gesto mientras se apresuraba a vestirse. – La verdad es que tengo ganas de conocer a quien sea que Luc quiera presentarme.
- Se refería a Crowley, Hermione. – Me sonreí. – Supongo que no te diste cuenta anoche, pero Luc es un caballero y trata a sus caballos como si fuesen personas. Aunque con la cantidad de sangre vampírica que tienen Azirafel y Crowley, perfectamente son más inteligentes que muchos humanos.
- ¿Qué quieres decir? ¿Son sus ghoules también? ¿Cómo Dominique y Laurent? – Inquirió curiosa.
- Sí, aunque a otro nivel. Los caballos tienen un ciclo vital mucho más rápido que los humanos y no se necesita mucho tiempo para entrenarlos a tu gusto. Azirafel tiene cerca de cincuenta años, pero cuando lo veas no creerías que tiene más de tres, Crowley debe de estar rondando los setenta y no conocerás jamás a un caballo más inteligente y fiel a su dueño.
- ¿Por qué te ha extrañado que me deje montar su caballo? – Me preguntó mientras la ayudaba con las botas.
- Porque, como buen caballero, no deja jamás sus monturas. Te está concediendo un gran honor al permitirte montar uno de sus caballos de batalla, cariño. – Le expliqué.
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Entre las sombras
RomansaDraco sufre un grave accidente y su única manera de salvarse es convertirse en un vampiro, de todos modos desea regresar a Hogwarts y terminar su último curso... pero lo va a tener muy difícil.