41. Guerra

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La mañana siguiente comenzó a muy temprana hora con el tronar de los puños de mi sire contra la puerta de nuestra alcoba. Hermione despertó de inmediato pero, cuando ella aún estaba alzando la cabeza de la almohada, yo ya estaba abriendo la compuerta de acceso al pasadizo para permitir la entrada a Lucian en la cámara. Extraño en él, pasó por alto el saludarnos el nuevo día y simplemente se paseó impaciente por la sencilla sala de recibo. Lo que para Hermione apenas serían murmullos yo pude comprenderlo como maldiciones extensas y adornadas que salían a borbotones por los labios del caballero feudal. Lucian estaba furioso e intentaba, por todos los medios, calmarse sin matar a nadie.

Al fin pudo relajarse lo suficiente como para tomar asiento y mirarme con ojos inyectados en sangre, estaba claro que aún deseaba la muerte de aquellos que habían osado ofenderle tan gravemente. Para entonces Hermione ya se nos había unido y observaba tras de mí lo que parecía la locura de Luc.

- ¿Podemos ayudar de alguna manera? – Susurró temerosa, nunca lo había visto así. Yo tampoco, eso me preocupaba mucho más de lo que quería demostrar.

- Vestíos. – Ordenó Lucian cerrando los ojos y apretando con fuerza los dientes.

Hermione no discutió, para mí no existía siquiera la opción a pensarlo. Unos minutos más tarde, le seguíamos por el pasadizo, me imagino que no quería usar las sombras para no dejarse llevar por el poder que aquello conllevaba. En mi interior sólo podía rogar a todos los dioses que se me ocurrían para que su ira se fuese aplacando con aquel paseo, porque si no lo hacía, los culpables tendrían una muerte extremadamente lenta e infernalmente dolorosa. Salimos del castillo a los campos que rodeaban el castillo, a una hora tan temprana estaban cubiertos por una neblina densa y cegadora, pero aquello no resultaba un inconveniente para nosotros. Seguí los pasos de Lucian con Hermione tras de mí, no deseaba que estuviese tan cerca del segundo tras Caín, pero no me atrevía a pedirle que se fuese y  que así Lucian se enfadase más.

Al terminar el paseo estuvimos en los establos y allí comprendí lo que le había llevado a estar tan enfadado. Azirafel y Crowley no mostraban su lustroso pelaje oscuro, sino que, el pura sangre inglés refulgía con un horrendo tono rosado, repleto de lacitos blancos por toda su crin y el oldenburgués tenía un color apagado amarillento y lacitos azules. Entré en los establos y recorrí cada una de las cabinas en las que nuestras fieles monturas descansaban, todos estaban decorados con absurdos colores y adornos ridículos. Cuando llegué junto a Rayo Negro creí que las sombras destrozarían mi cuerpo para salir de él en busca de los que se habían atrevido a hacerle aquello. Caí de rodillas frente a mi hermoso y prístino Lipizzano cuya capa estaba mancillada con horrendos listones morados y en sus pezuñas brillaba un vomitivo barniz púrpura.

No sé cuánto tiempo transcurrió, pero unos brazos me apartaron con fuerza de aquella visión y me arrastraron fuera del establo. Ennoia estaba intentando calmar a Lucian y Lara, dejaban ver que no sería en absoluto aconsejable que les permitiesen volver a entrar en el castillo durante un buen rato. Supongo que yo tenía el mismo aspecto feroz, pues Ennoia se apresuró para evitar que Hermione se me acercase en ese instante, mas Isabel la detuvo, puede que la Assamita supiese mejor que nadie que, lo que en aquel momento necesitaba era aquello, tener a mi lado una razón para no destrozar el castillo con toda la fuerza de que disponía.

Escuché mi nombre murmurado por los labios de Hermione cuando se abrazó a mí para intentar transmitirme algo de tranquilidad. Escuchaba su corazón latir de una manera controlada y apaciguadora, estaba claro que intentaba relajarme. Acaricié su cabello con suavidad y aspiré su aroma. Pero otro perfume llegó a mí al hacerlo, uno dulzón y empalagoso que reconocí al instante.

- Tienes que mantenerme alejado de Vane. – Dije en un gruñido.

- ¿Romilda? – Me miró sorprendida.

Entre las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora