Valentín

8. Dos copas de whisky

No he tomando ninguna decisión sobre qué hacer con mi hermana, pero mañana tengo turno de apertura en Mercadona y me estoy notando que las cervecitas empiezan a hacerme efecto. Además, si no quiero que me pille el toque de queda que llevamos semanas padeciendo por la pandemia debería ir yéndome a casa ya. Pero realmente no quiero, estoy super a gusto aquí y no me apetece nada verle el careto a Sonia, así que le digo a Álvaro que me quedo en su casa a dormir y ya mañana veo qué hago con lo de Tiktok y mi hermana.

Álvaro me pasa una manta perfectamente conjuntada con los cojines de su sofá y me ofrece una toalla por si me quiero duchar mañana antes de irme a trabajar. Ni que decir tiene que no soy capaz de pegar ojo en toda la noche, me siento como un niño a las puertas de una tienda de chuches. Tan cerca y tan lejos.

No ayuda a mi estabilidad emocional el hecho de que oiga sollozar a Álvaro. Y me siento un capullo insensible por no saber qué hacer o qué decirle. De verdad que soy horrible aconsejando y consolando. Empiezo a pensar que soy el típico amigo para echar un partidito, tomar unas birras y ver los estrenos de Stars War en el cine. Pero nunca seré aquel que ofrece su hombro para llorar.

Dejo de escucharle, así que por fin se habrá dormido, y yo decido tomarme algo más fuerte a ver si caigo redondo de una vez. Saco un whiskazo de esos súper caros que le gustaban a Quique y me pongo una copa bien cargada. Medio borracho, medio desnudo, en medio de la noche, con Álvaro a seis metros de mí. Decido servirme una segunda copa para anestesiarme.

Debí de caer redondo porque la alarma del móvil me ha martillado el tímpano a las seis de la mañana. Medio zombi me pego una ducha y le pillo unos calzoncillos negros a Álvaro del montón de ropa destendida.

Salgo de esa casa con olor a gato y a incienso.