78. La piel amarillenta.

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Ha pasado casi un año desde que Chao Phraya se inauguró. En la ciudad nadie sabía cómo se pronunciaba el nombre realmente pero todo el mundo conocía el restaurante como el "Chao Pa Allá", incluso los adolescentes de cachondeo decían que iban a comer al "Échate p'allá".

Su dueño había reinventado el concepto de comida asiática al que estaban acostumbrados ahí. La cocina estaba en el centro del local totalmente acristalada como si fuera una pecera. Y a la gente, que aún andaba un poco miedosa por la pandemia de la CoVid, le agradaba ver los altos estándares de limpieza que había en el restaurante. Como, además, el local tenía salida a dos calles, era muy fácil de ventilar manteniendo ambas puertas abiertas.

Todo eso, unido a lo sabrosos que eran sus platos y a un precio bastante asequible, habían catapultado al restaurante de Valentín a la fama. Tanto era así que los fines de semana doblaba el personal de sala para atender a todas aquellas personas de los pueblos colindantes que venían a probar la cocina tradicional tailandesa.

Valentín estaba siempre liado con el negocio, se había volcado completamente en él para sacarlo adelante, pero Álvaro se preguntaba hasta cuándo llegaría esa obsesión.

- Val, es maravilloso lo que has conseguido con el "Chao Pa Allá", de verdad que lo es, pero ¿no crees que ya puedes relajarte un poquito?.

- ¿Por qué debería?, soy feliz estando allí. Nunca pensé que de verdad me fuera gustar eso de dar de comer a los demás, pero me he dado cuenta que me resulta muy gratificante.

- Ya, si no digo que no, pero tienes casi treinta y tres años y pareces un mesonero de esos de setenta años que viven por y para su negocio. ¿Por qué no sales con nosotros este fin de semana?.

Valentín estaba a punto de negarse cuando Álvaro continuó hablando.

- Alba, va a celebrar su 30 cumpleaños y va a montar una buena jarana en una terraza del puerto.

- Ya, Alba... - le responde Valentín con media sonrisa en la cara.

- Sí, Alba. Tú también la conoces, vamos todos, no sé porqué pones esa cara.

- Claro que la conocemos, conocemos a la Alba prima pequeña de Joan, y también a la Alba amiga íntima de Quique. ¿Tú por cuál de las dos vas al cumpleaños?- le pregunta levantando ambas cejas.

- Por ambas- responde orgulloso Álvaro, hace uno de sus gestos que resultan tan femeninos con sus manos y se gira para marcharse.

Cuando está a punto de salir del restaurante, se escucha a Valentín desde el fondo decir: "Mándame un WhatsApp con la hora y la ubicación, pero no prometo nada".

Joan, Marc y Andrés están sentados en una cafetería cercana esperando a Álvaro. Le miran como interrogándole para sonsacarle qué había respondido Valentín. Álvaro solo levanta el pulgar en sentido de aprobación.

- Menos mal, macho. Os juro que pensaba que se iba a metamorfosear con la cocinera- suelta Andrés haciendo reír a todos.

- ¡Qué animal eres, tío!, que una cosa es que Valentín coma carne y pescado [1], y otra distinta es que le vayan las señoras casadas de cincuenta años- responde Marc.

- Pues desde ya os voy avisando, mi prima tiene a Val entre ceja y ceja desde hace años - suelta como si tal cosa Joan- así que va siendo hora de que le achuchemos [2] un poco para que vuelva al mercado.

- Pues me parece de puta madre - se anima Andrés- no sé qué cojones le pasa a Valentín desde que volvió del viaje aquel que no se come un colín. ¡Él, que siempre ha sido el más picaflor del grupo!

- Dejadle tranquilo- les frenaba Álvaro- no vayáis a agobiarle demasiado justo ahora que se anima a volver a salir o si no se meterá otra vez en la pecera esa y lo que terminará es por fusionarse con los fogones.

Lo comentaba con un toque de humor, pero hacía tiempo que Álvaro sabía todo lo que había ocurrido en Tailandia tras su partida. Para Valentín estaba siendo muy difícil volver a confiar románticamente en nadie desde entonces. Y el restaurante había sido la excusa perfecta para recluirse del mundo.

Siempre tan dispuesto a salir, siempre tan a mano para los colegas, siempre con ganas de entrarle a cualquier persona que le llamara la atención y ahora nada.

Por otra parte, los padres de Valentín estaban súper orgullosos de él, pensaban que por fin se había centrado en la vida, y que en el último año había madurado una barbaridad. Pero no les gustaba verle tan solo y tan serio. "Se trabaja para vivir, hijo, no se vive para trabajar", le repetía su padre cada vez que le veía. La madre se pasaba por su casa cada quincena para intentar adecentarla un poco, porque él estaba prácticamente el día entero metido en el restaurante y apenas pisaba su piso.

- Deja de hacer eso, Mamá. No te di una copia de la llave para que me hagas de chacha. Te la di por si ocurriera alguna emergencia. Ya soy mayorcito para ocuparme de mis cosas.

- Lo sé, cariño. Pero es que me da no sé qué pensar que tengas montones de ropa sucia por ahí, toda tu habitación llena de trastos y la mesa del comedor siempre hasta arriba de libros.

- Es asunto mío todo eso, así que empieza a respetar mi privacidad o te retiro la llave, ¡eh!- la amenazaba con cariño.

- Y sal un poco, hijo, que se te está poniendo la piel amarillenta de no darte el sol.

En esos momentos le llega el mensaje de Álvaro para rescatarle del acoso maternal.

- Mira, justo esta noche saldré con los chicos a tomar algo, para celebrar el cumpleaños de una amiga. ¿Le parece bien a la señora?.

Aunque todo el mundo tenía grandes esperanzas en aquella velada, para Valentín fue una noche desastrosa.



[1] La conversación completa entre los amigos es un batiburrillo de jerga usada con fines sexuales, para denominar a; bisexuales (comer carne y pescado), ligar (comer colín), ser un Don Juan (picaflor), etc.

[2] Apremiar o presionar.

ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora