40. No quiero que mi papá tenga más amigos.

34 3 0
                                    

Dos semanas después Andrés volvía a tener partido en casa, me animó a verles, pero en esta ocasión llevé mi propio coche.

Llegué justo para el partido, así que me senté en las gradas, alejado del resto del público e intenté seguir un poco las jugadas sin tener mucha idea de lo que realmente estaba sucediendo. Para colmo no sabía quién de todos era Andrés porque no le reconocía con la equipación puesta, así que me acerqué a una chica que estaba más o menos cerca y le pregunté si conocía bien al equipo.

- ¿Sabrías decirme cuál de todos es Andrés?

- Sí, claro. Es el 17, el que pone por detrás Fierro-. Ahí caí en que era su apellido, en el equipo le debían de llamar por él.

- Ok, gracias... por cierto, ¿sabes si ha venido Samuel?

- Sí, Sami está en la primera fila, animando como siempre a sus chicos.

Debió de notar que no le localizaba con la mirada y me dijo -Es el hombre que está sentado de la mano de su hija, la niña rubia esa de la camiseta azul.

Le agradecí la información y continué viendo el partido.

A la salida, mientras esperaba a que Andrés se duchase, me acerqué al bar a tomar algo. Al poco de estar allí vi entrar a Samuel con su hija, la cargó en brazos para sentarla en el alto taburete de la barra y pidió un zumo para ella y un café para él. Seguía vestido como un padre promedio, sin ninguna clase de gusto por la moda, pero sonreía alegremente a su hija sin importarle nada todo lo demás. No sé por qué pero me acerqué a saludarle.

- Hola, Samuel.
- ¿Qué tal, Álvaro?, ¿has venido a ver el partido?.
- Sí, sí. Hoy lo he visto entero- digo riendo, mientras que me quedo mirando a la niña que no me quita ojo de encima.
- Rebeca, cariño, este chico se llama Álvaro. Ella es Rebeca- dice dirigiéndose a mí- mi hija.

Nunca he tenido mano con los niños, aún así intento tener una conversación formal con ella.


- Hola Rebeca, ¿cómo estás?
- Bien... ¿eres amigo de mi Papá?
- Bueno, más o menos, sí.
- ¡Ah, qué pena!- dice ella con cara triste.
- Rebeca, por favor, no empieces- le inquiere su padre.

Yo no entiendo muy bien lo que está pasando, así que sólo me puedo quedar mirando a ambos intentando descifrar su conversación no verbal, sin mucho éxito.


- No quiero que mi Papá tenga más amigos, ¿sabes?, él ya tiene montones de amigos.
- Ok...- le digo, aparentando entenderla.
- Yo lo que quiero es que mi Papá no esté solito porque no quiero que esté triste.

Algo dentro de mí siento que se rompe. Miro a Samuel y veo una expresión melancólica en su rostro.


- ¿Te gustaría venir a comer con nosotros?- me dice la pequeña alegremente- ¡¡Vamos a ir a comer sushi!!...
- Álvaro no puede, cariño- le interrumpe Samuel- Seguro que él ya tiene otros planes, así que vamos tú y yo y...
- Me encantaría.

No sé porqué he dicho eso, se supone que yo había quedado fuera del estadio con Andrés para irnos a tomar unas cervezas juntos. Y ahora una niña pequeña, que no quiere que su padre tenga más amigos, me acaba de convencer para comer sushi.

- No tienes porqué hacerlo, Álvaro.
- Está bien, Samuel. Me encanta el sushi.
- A mí también.- se emociona la pequeña.

Media hora después paseábamos por un pequeño parque cercano al restaurante, mientras hacíamos tiempo para que abriera. Rebeca se columpiaba alegremente de un lado a otro al grito de "Papá, mira qué alta estoy".

- Pregunta lo que necesites.- me dice Samuel- No voy a mentirte.
- No necesito preguntar nada, es tu vida, tu familia. Ya me había comentado Andrés sobre ella.
- Tiene cinco años y no entiende lo que es el luto. Ella solo quiere verme feliz, no se da cuenta de que a veces las cosas no son tan sencillas... Sólo tenía tres años cuando...- y se le rompe la voz.
- Está bien, no pasa nada. Es una niña preciosa, súper extrovertida y se ve a leguas que te quiere muchísimo. Es una suerte tenerla en tu vida.
- Sí que lo es- y sonríe mientras la mira tirarse una y otra vez por el tobogán- cuando llegó a nuestras vidas tenía apenas tres meses, nos sentimos afortunados y bendecidos por tenerla.

No termino de entenderle bien, pero le veo absorto en sus recuerdos y decido no ahondar más.

Cuando ya íbamos por el postre y Rebeca se temió que tocaba despedirse empezó a comportarse como una pequeña mimada. Se subía en el regazo de su padre, le decía que tenía mucho sueño, que se quería ir a casa, pero que quería que yo le contara un cuento, porque los cuentos de su padre eran todos un rollazo que ya se sabía de memoria. Y como todo lo que estaba sucediendo ese día, acepté sin saber por qué.

- ¿Estás seguro, Álvaro?, no tienes porqué hacerlo...
- Es sólo un cuento, Samuel. No pasa nada. Además, me sé uno chulísimo de una familia de colores- dije mientras le guiñaba el ojo a Rebeca, que sonreía feliz de la mano de su padre.

ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora