68. Un cerdo bien chulo.

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La masía donde nos alojamos no es demasiado grande, pero tiene muy bien compartimentados los espacios. Una plaza central de estilo castellano da paso a las distintas dependencias; un amplio comedor, que sirve a su vez de zona de esparcimiento, dotado de televisión y varios juegos de mesa, diversas aulas pequeñas donde se realizan talleres de manualidades, los aseos, el corredor que va hasta la granja en sí y un pequeño paseo con macetones de palmeras que va directo a las habitaciones.

Viendo lo cuidado que está todo no me extraña que haya gente que celebre su boda aquí, aunque he de admitir que hasta que no lo he visto con mis propios ojos no podía creerme que hubiera quien se quisiera casar en una granja.

Por las mañanas nos hemos dedicado de lleno a las tareas de ganadería. Rebeca disfruta una barbaridad dando de comer a las gallinas, cambiándoles el agua a los conejos, poniendo pasto a la vaca y al pequeño ternero que tiene, que de pequeño no tiene nada, porque es un pedazo de bicho enorme, e incluso han dejado que visitemos el cerdo gigante ese que tienen en la porqueriza. Allí huele asquerosamente mal, pero al padre y a la hija parece darles lo mismo y se empeñan en verlo cada día. Para colmo le han puesto al bicho de nombre Precioso, ¡hay que tener un humor muy roto para llamarle así!

- Pero entra, Álvaro- me grita la niña desde dentro

- No, no, gracias. Estoy bien aquí. Voy a buscar algo para almorzar mientras seguís disfrutando del cerdito- le contesto en un tono irónico que la niña no logra entender, pero el padre sí.

- Pues bien chulo que es- me responde Samuel.

- Chulo si está dentro de un bocadillo- le digo muerto de la risa.

- ¡Psss!- me manda callar poniéndose un dedo sobre la boca mientras que mira de reojo a su hija.

Por las tardes solemos hacer alguno de los talleres que tienen, un día hicimos vasijas de arcilla y al otro unos cestos de mimbre bien bonitos. 

Tengo que admitir que estoy disfrutando mucho de estos días de descanso. Y aunque las mañanas son movidas, la pequeña acostumbra a echarse la siesta después de comer, lo que nos da algo de tiempo a los adultos para tomarnos un té tranquilamente.

Para no dejar sola a la niña lejos de nosotros, Samuel suele acostarla en su dormitorio pero cruza el pasillo para quedarse en el mío ese par de horas. A pesar de que en recepción se pensaron que los tres éramos familia y nos quisieron colocar en una habitación triple, él tuvo la delicadeza de cogerme una habitación solo para mí y otra para ellos.

Mientras que el padre le cuenta alguna historia a la niña yo aprovecho para ducharme, y quitarme el olor a cabra de encima. Siempre he cuidado mucho mi imagen y aquí no iba a ser menos.

Al tercer día de estar allí la familiaridad entre los tres era tan palpable que el resto de familias le preguntaban a Rebeca si yo era su tío. Pero la pequeña siempre respondía cosas como "es mi amigo Álvaro" o "es el nuevo amigo de mi papá". Respuestas que dejaban a los demás con más preguntas todavía.

Durante esa última siesta, Samuel llama a mi puerta y entra con dos tés negros, el mío lo pide siempre con miel y limón, y sinceramente no sé si alegrarme o no. Ningún amigo se ha tomado nunca la molestia de aprenderse cómo me gusta el té, sólo Quique lo sabía. Un poco de miel, un chorreón de limón exprimido y media cucharadita de jengibre en polvo. Y ahora es Samuel quien me los prepara así desde el primer día que me preguntó por ello. Como en la granja no tienen jengibre, me apaño con lo que hay ¡y agradecido por el detalle!.

Noto enseguida el cambio. Se ha rasurado la barba, puesto un poco de gomina y ha cambiado su habitual vaquero por unos pantalones lisos azul marino, combinados con una camisa azul bebé un tanto pasada de moda, pero bien planchada.

Sube los tés y en vez de sentarse a mi lado en la cama, coge una sillita que hay al lado del armario y la coloca en frente de mí.

- Álvaro, quería agradecerte todo lo que estás haciendo por Rebeca- me dice entre tímido y emocionado.

- No digas tonterías, la nena es un amor, no tengo que esforzarme en absoluto con ella.

Asiente y se queda pensativo unos segundos. Hace un pequeño amago de continuar con la conversación, pero en su lugar le da un sorbito a su té.

- ¿Y conmigo?, ¿tienes que esforzarte para ser así conmigo?

No me esperaba la pregunta, así que he debido de pestañear más veces de las necesarias.

- Yo... no tengo veinte años ya, Álvaro. Y hace muchísimo que pensé que mi vida sería siempre así, mi hija, mi trabajo y mi familia. Pero, pero no sé... un día apareciste tú. Así, de la nada. Mirándome con esa cara de malas pulgas en aquel bar cerca del polideportivo, y como un tonto algo en mí volvió a removerse por dentro- se le va quebrando la voz hacia el final de la frase.

El silencio en lugar de hacerse incómodo, me da pie a mirarle a los ojos y sujetarle la mano que tiene a su vez sujeta la taza.

- No soy ningún estúpido, sé perfectamente que tú juegas en otra liga. Soy plenamente consciente de ello. También sé por Andrés que has estado emparejado muchos años con el mismo hombre, incluso teníais planes de boda- continúa diciéndome Samuel mientras que coge aire en cada párrafo- Y luego estoy yo, que no sólo tengo una vida normal si no que, además, vengo con la mochila repleta; una hipoteca, un difunto marido y una niña de cinco años- se ríe nervioso y se pone de pie.

Samuel da pequeños paseos por la habitación, no sé si intenta buscar las palabras correctas, si está nervioso o si simplemente me está dando pie a que le responda algo. Pero como no sé qué decirle prefiero mantenerme callado.

- No sé cómo hacer esto, la verdad- se rasca la cabeza- Si te hubiera conocido hace veinte años te hubiera invitado a una copa en algún pub, hace veinticinco te hubiera mirado de arriba abajo en los vestuarios del instituto y hace quince seguramente ni me hubiera fijado en ti siquiera- y entiendo perfectamente que ya debería estar con Ale por aquel entonces- pero de todos los momentos de mi vida en los que te podría haber conocido ha sido justo ahora, cuando estoy tan fuera de pista que no sé qué debo hacer.

Me hace gracia como le está dando tantas vueltas al asunto y me río sin querer. Me tapo la boca enseguida, porque no quiero que piense que me estoy riendo de él. Pero igual me mira extrañado.

- Perdona- le respondo- me ha hecho gracia todo el embrollo que te estas montando. Creo que el hecho de que esté hoy aquí con vosotros deja claro que me da igual de qué esté llena tu mochila. Porque al fin y al cabo todos cargamos con una a nuestras espaldas.

Asiente y vuelve a sentarse frente a mí.

- Y no, no hay ligas, ninguna liga de hecho. Solo somos personas habitando una piel que nos han dejado prestada, y cada uno se apaña como puede para capear las vicisitudes de la vida. Y por lo que veo tú no lo has hecho nada mal con las tuyas- le guiño un ojo.

- Pero...

- Pero no es mi momento. Lo siento, de verdad que lo siento. Aún estoy estancado y no me gustaría arrastrarte conmigo.

ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora