23. Las sales minerales.

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Khalan me devuelve la cámara y se aleja dando saltitos.


¿Qué clase de broma es esta? ¿Acaso no se da cuenta de que no nos conocemos de nada? Soy un hombre extranjero, que le saca casi diez años y le duplico el tamaño. No me conoce de absolutamente nada, podría ser un zumbado de la vida y ella se dedica a sonreír como una tonta, darme la mano y besarme en la mejilla. ¡No me gusta nada el matiz que está tomando ésto!

Con unas cuantas zancadas me sitúo justo detrás de ella.

-Khalan, para- y al no obtener respuesta pruebo con -Stop-.

Frena de golpe y se gira. Me pongo muy recto y le clavo una mirada fría. Para darle más fuerza a lo que la quiero transmitir la sujeto un hombro con firmeza y le digo - No hagas eso de nuevo-.

Me doy cuenta de que no me entiende, así que cruzo mis brazos hasta hacer una X con ellos y hago el gesto de NO girando la cabeza de izquierda a derecha dos veces.

Su mirada me indican que ha entendido el mensaje, pero en vez de disculparse o avergonzarse se dedica a sonreirme de nuevo. Para colmo me saca la lengua y me guiña un ojo. ¿¡Con qué clase de colgada he ido a parar?!

Suspiro y suelto un gruñido ronco. Así es imposible dialogar con nadie. Decido omitir lo que acaba de suceder y me preparo para marcar una barrera física entre ella y yo. ¡Sólo me faltaba ésto ahora que tengo a Álvaro para mí solo dos semanas!

Regresamos al hotel. Se despide con un gesto y la veo marcharse en su moto.


En el ascensor pienso en qué le voy a contar a Álvaro cuando me pregunte por mí día. Pero al llegar a la habitación me lo encuentro durmiendo hecho una bola.

Se ve pálido y sudoroso. Le pongo una mano en la frente para ver si tiene fiebre pero no percibo nada. Sólo que el ambiente está muy cargado, así que abro un poco la ventana. Me tumbo en mi cama, estoy molido después de tanto trote y sin darme cuenta me he quedado dormido.

Me despierta un movimiento a mi lado. Álvaro ha ido girando hasta estar frente a frente conmigo. Sigue profundamente dormido así que le paso un brazo por la cintura y lo atraigo hacia mí. Ahora sí noto que está ardiendo. No hemos traído ningún termómetro pero sé que debe estar teniendo un fiebrón.

Le pongo boca arriba y le desabrocho la camisa de lino que lleva totalmente arrugada. Le desabotono el pantalón y se lo saco con cuidado. Voy a la neverita, saco una botella de agua y en recepción pido azúcar y sal. Vuelvo a la habitación. Lo mezclo todo con el agua y le ayudo a incorporarse.

-Bébete ésto, a falta de suero te servirá para reponer sales minerales- le digo.

Él entreabre los ojos, me da una sonrisa cansada y pronuncia mi nombre bajito antes de darle dos grandes sorbos al agua.

Ese "Val" sigue resonando en mi cerebro cuando me vuelvo a acostar a su lado.

ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora