29. Mi último viaje.

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Nunca he sido de planear mucho nada, gracias a mi familia mi vida ha sido fácil y estable, así que he dejado fluir las cosas sin pensarlas demasiado. Pero verme solo a miles de kilómetros de España, en un país con una lengua que no entiendo empezaba a crearme un poco de ansiedad. Y la pequeña tailandesa no era de gran ayuda, ella sólo corretea feliz y sonríe. Me hace recordar a una ardilla con una bellota entre manos.

Decido que debo informarme un poco del viaje que vamos a realizar, así que tras una pequeña búsqueda en Google me doy cuenta que vamos a hacer un trayecto bastante largo, ya que Phuket está al suroeste casi a 900 kilómetros de la capital tailandesa. En un montón de blogs de turismo hablan maravillas de la isla, diciendo que es preciosa, que es la más grande de Tailandia, y una de las más visitadas de Asia. Al parecer no solo cuenta con playas paradisíacas de arena fina y sol, sino que también es muy montañosa. Me animo mucho, seguro que podré sacar unas fotos preciosas.

Me pregunto cómo quiere Khalan que lleguemos hasta allí, pero no parece preocuparla mucho, ella simplemente me dibuja en su libreta un tren, un avión, un coche y lo que imagino que es un bus. Mi yo racional iría directo al avión, en tan solo una hora habríamos llegado al destino. Pero no quiero sentarme a esperar, necesito mantenerme activo y con la cabeza despejada de Álvaro. Así que le señalo el coche y elevo mis hombros en señal de pregunta. Khalan parece encantada con la idea, y un par de horas después aparece en mi hotel con un pequeño coche amarillo de alquiler. 

Lo que debería haber sido un viaje de 12 horas, iba a acabar siendo un día completo de camino. 

No tengo ni idea de si mi carnet de conducir sirve en Tailandia, pero lo dudo bastante. Y tampoco me apetece averiguar si Khalan tiene permiso de conducción o no. Estoy de vacaciones, paso de pensar las cosas demasiado. Ambos sabemos conducir, pues carretera y manta. Lo que nunca imaginé es que ese viaje iba a ser el último que haría siendo yo mismo.

Soy un hombre tranquilo, tengo un carácter serio y bastante relajado, lo que choca bastante con esta pequeña ardilla a mi lado. Ella mira todo con asombro, sonríe con las cosas más pequeñas y va escuchando todo tipo de música. Parece darle igual que sean melodías suaves en tailandés o el rock más duro en inglés, con su móvil va saltando de una canción a otra y la veo conduciendo y moviendo sus hombros al ritmo.

Me hace sonreír verla tan feliz, transmite buen rollo sin llegar a ser molesta, ya que la música no está muy alta y jamás la oigo cantar nada. Yo tampoco lo hago, nunca he tenido mucho oído musical y desde luego nunca aprendí a tocar ningún instrumento, a pesar de que mis padres se empeñaron en llevarme a clase de guitarra de pequeño, decían que cuando fuera mayor sería el alma de la fiesta, para mí que no querían ver la cara de pocos amigos que me gasto. Pero de vez en cuando salta alguna canción en español, la mayoría son ritmos latinos que rozan el reguetón y hacen que mi sangre fluya más rápido, así que somos dos tontos moviendo los hombros en un viaje silencioso.

Khalan nunca se cansa, juro que no sé como ese pequeño cuerpo tiene tanto aguante. Jamás he conocido una mujer igual y no puedo evitar comparar a las españolas con las tailandesas. Ella parece estar siempre fresca, la piel brillante y la mirada atenta. Me hace sentir un poco viejo a su lado. Pero decido ser caballeroso y tras 3 horas de camino le digo que parar a descansar. Nos vendrá bien comer algo, estirar las piernas y hacer el relevo en el coche. Ella niega con su cabeza y aún conduce media hora más hasta llegar a un pequeño pueblito. 

Busca un sitio donde aparcar y me lleva de la mano hasta un puesto callejero donde hacen un arroz riquísimo. Pide dos raciones, dos botellas de agua y paga. Todo sin haber cruzado ni una palabra con la vendedora.

La soltura de esta chiquilla me hace dudar, estoy casi seguro que no es la primera vez que ella hace este camino, porque no la he visto consultar un mapa ni una sola vez y tampoco llevamos puesto el navegador del coche. ¡No deja de sorprenderme!

No ha elegido este destino para parar de casualidad, no tengo ni idea de cómo se llame el lugar pero tiene un encanto que enamora. Transmite paz y calidez, así que me siento obligado como turista a sacar montones de fotos. Ella solo toma dos con su móvil, de mí sujetando la cámara. La veo comprobando si han quedado bien, alza la cabeza y me guiña un ojo. El corazón me traiciona con un pequeño pinchazo que decido obviar.

Hemos descansado durante una hora y media, me da que el viaje se nos va a alargar más de la cuenta.

ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora