Leah Moore es la perfecta definición de libertad e independencia. Aunque muchos la acusen de egoísta por haber abandonado todo para encontrar su felicidad.
Nathan Rymer es descarado y seguro de si mismo como nadie lo ha sido. La música es su pasión...
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Leah
Me siento mareada.
Me acabo de vomitar.
Me duele la cabeza.
Me va a explotar la cabeza.
Jodida resaca.
Uno no puede divertirse sin sufrir daños colaterales. El karma de la vida es el peor de todos.
Me he bañado como cinco veces esta mañana por puro capricho y necedad. Gracias al cielo, hoy es mi día libre y tengo que salir temprano. No he tenido cabeza para pintar, mi mente está en un estado de reposo absoluto, no quiere hacer nada, solo existir. Así me siento. Desayuné cuando se me pasó el malestar y desde hace un buen rato no he tenido ganas de vomitar, o he sentido que si me levanto de la cama terminaré en el suelo, por lo que me siento un poco mejor.
Busco la serie que quiero ver y disminuyo la temperatura del aire acondicionado, para luego sumergirme bajo mis suaves sábanas color salmón y que me cubren bastante del frío, cosa que me tiene en una encrucijada: si me quito la sábana, tengo frío; pero si me la dejo, me da calor. Para equilibrar las cosas termino sacando una pierna y cubriendo parte de mi cuerpo. Como diría el señor morado: perfectamente equilibrado.
Mi mente divaga en si fue buena idea hacerme cargo de la despedida de soltera, empezando porque casi ni recuerdo como terminé en mi casa. Recuerdo haber peleado con Nath sobre comerme a Nate, o algo así, y a Leo poniendo orden, luego a Nath, llorando de nuevo, y a Kris presumiendo su trofeo. Un par de modelos más que ebrias y eso que no he encendido mi teléfono, quién sabe con qué cosas me encontraré.
El dinero no compra la felicidad, pero si la facilita, o ese es mi caso. Solo díganle eso a mí enorme pantalla y cuenta de Netflix. No mentiré diciendo que el dinero no me importa, y más cuando yo misma lo consigo, eso da la mejor sensación; odio depender de alguien. En casa las cosas siempre eran así, y una de las razones por las que mamá y yo peleábamos. Su dinero, sus órdenes. Bajo su techo había que obedecer sus reglas, eso no me molestaba, lo que me volvía loca era la manía que tenía por hacerme a su imagen y semejanza, tratando de tener una hija que yo ni en un millón de años sería. ¿Culpable? Tal vez. Sin embrago, no pediré perdón por ser como soy, tengo mis defectos pero no cambiaré por nadie, y menos si no lo considero un defecto, trabajo en mis "ataques de demonios" como decía mamá, pero, ¿Saben qué? Me agradan mis demonios.
Ser egoísta me ayudó a tomar la decisión de irme de casa.
Ser rebelde me hizo darme cuenta de cuán encerrada me sentía.
Ser fría me ayudó a ver cuán sensible soy realmente.
Ser una persona inconforme me ayudó a cuestionarlo todo.
¿Me arrepiento? En lo absoluto. Mis defectos me han hecho quién soy. Ellos jamás me han dado la espalda, ¿por qué yo lo haría?