17| Encierro

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–¿Qué haces en el suelo?

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–¿Qué haces en el suelo?

Levanté la cabeza rápidamente al oír la voz de Kasey. Se encontraba de brazos cruzados y recostado contra la pared que da al pasillo por el que vine.

–Sólo quería ver más de cerca estos insectos –señalé la vidriera que estaba sobre mi cabeza, recordando vagamente que habían unas mariposas de colores extravagantes.

Me levanté sacudiendo el polvo de mis vaqueros bajo la escudriñadora mirada de Kasey. Noté como miraba a su alrededor y contuve el aliento al notar que la vidriera donde estaba la espada lucía intacta y vacía, muy vacía. No sólo se había esfumado la espada, sino que la cosa que la mantenía en pie también.

«Demonios.»

–Vamos, creo que ya tenemos una pista.

Ambos salimos de la habitación a pasos pausados hasta que llegamos donde estaban los otros. El primero en llegar a mi fue Harvey, quien al instante atrapó mi brazo, tiró de este hasta tenerme pegada contra su duro torso y gruñó, se inclinó hasta que su boca quedó a la altura de mi oído y susurró con voz ronca:

–Más vale que no hayas hecho nada de lo que luego quieras arrepentirte.

«Un poco tarde para advertencias.»

Pensé pero me abstuve de decir algo que me delatara.

Moví la cabeza al sentir una mirada sobre mi, y entonces noté que el tal Belfort tenía los ojos clavados en mi. Me dió una pequeña sonrisa e hizo una seña para que me acercara. Volví la vista a Harvey, notando que comenzó a soltarme casi a regañadientes, una vez me vi completamente liberada me acerqué al hombre a pasos tímidos.

No sabía que esperar.

Por un lado estaba nerviosa y asustada de que pudiera darse cuenta de lo que había hecho y que lo dijera en voz alta, provocando que los hermanos pensaran su próxima forma de tortura. Si bien los hermanos se habían estado comportando medianamente bien, eso no significaba que de pronto se hubieran vuelto buenos, eso significaba que estaban esperando pacientemente a que cometiera un error para regodearse en mi dolor, como tanto les gustaba.

Di un respingo al sentir las manos callosas del hombre sobre mis mejillas, aplastándolas de tal forma que mis labios formaban una pequeña o. Se acercó abriendo los ojos y miró con fijeza mi ojo, luciendo impresionado.

–¡Santo Dios! Hace siglos que no veía una de estas criaturas –jadeó soltando mi rostro y tomó mi muñeca, haciéndome elevar el brazo para luego sacudirlo como si fuese una muñeca de trapo –¡Miren esta flexibilidad! Fácilmente podría trepar un árbol –soltó mi brazo bruscamente y luego se arrojó al suelo, mirando mis pálidas piernas –¡¿Y estas piernas?! ¡Podría saltar lo que sea! –pinchó con su dedo índice mi pierna y de forma casi mecánica le arrojé una patada a la cabeza que lo hizo rodar por el suelo, gruñí.

Los malditos Peyman| #1|+18|Terminada ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora