29| Harvey Peyman

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Harvey Peyman

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Harvey Peyman

Había cierta divinidad en la inmortalidad.

Me gustaba pensar que la inmortalidad para un dios era el equivalente a un océano en constante cambio que jamás llegaba a su fin; podía retorcerse, estirarse, agitarse, cubrirse de criaturas, teñirse con la sangre de sus enemigos y jamás lo verías desaparecer. Era constante.

La inmortalidad te concedía una forma de ver el mundo que jamás hubieses pensado que existía. Un ejemplo de eso eran los colores, los olores, los sonidos. Mientras que para los mortales el canto de un pájaro podía parecer molesto, para otro ser podía ser lo más maravilloso del mundo porque lo escuchaba de otra manera, no con sus oídos, sino con todos sus sentidos.

Y era maravilloso, joder que lo era.

A veces todavía recordaba mis primeros días como convertido. Los colores me parecían demasiado brillantes, los olores demasiado fuertes, los sonidos más molestos de lo usual y todo lo que terminaba en mis manos acababa destrozado por mi nula habilidad para controlar mi fuerza. Era como un bebé al que se le estaba enseñando a volver a caminar, y aunque al principio tuve que aguantar las burlas y risitas de mis nuevos hermanos, al final parecieron compadecerse de mi miseria y empezaron ayudarme, adiestrándome en todo lo relacionado a nuestra especie.

Recuerdo la primera vez que me acompañaron a cazar al bosque, claramente yo jamás pensé que cazaríamos personas, pero al ver el grupo de estudiantes adolescentes que recorrían el bosque con sus profesores y los cuidadores guiándolos, me había entrado una sensación extraña, podrida, oscura, que reptaba y serpenteaba bajo mi piel como si tuviera vida propia.

El recuerdo de mi primera víctima todavía seguía vívido en mi cabeza, en mis retinas, como si al cerrar los ojos su alma volviera desde el más allá para protestar por haberla matado. Sus facciones estaban grabadas a fuego; su largo cabello castaño atado en esa coleta desordenada junto a esos pequeños ojos color miel, esos rosados labios y ese dulce rostro en forma de corazón que me había prendado a la primera mirada. Fue apenas verla y sentir algo más allá de la atracción. Miles de pensamientos cruzaron veloces, uno más atroz que el anterior. Recuerdo que lo quería todo; sus gritos, sus llantos, sus ruegos, sus gemidos, sus insultos.

También recordé lo que le dije a Adley en ese momento "a ella, la quiero a ella".

Y Adley, con toda la perversidad que un príncipe oscuro podía albergar en su alma, se inclinó para sisear en mi oído como una serpiente venenosa y contestó "Si lo quieres, sólo debes tomarlo".

Había algo que nos diferenciaba a los Peyman al momento de tomar a sus víctimas y esa era la forma.

Adley actuaba como un viejo amante al que llevabas años sin ver y que añorabas con ansías.

Los malditos Peyman| #1|+18|Terminada ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora