12| Humedad

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Habían mujeres que nacían para el éxito, otras que nacían para tener una vida tranquila y en paz, y otras que nacían para ser atadas por sus demonios para toda la vida.

La última, claramente, era yo.

Aquella noche me había despertado con la molestia y el dolor en la entrepierna. Me sentía extraña, como si algo hubiese cambiado por completo en mi interior.

Lo único que me reconfortaba era ver que Harvey seguía en la cama, durmiendo con una de sus manos sobre mi cintura. Su respiración acompasada me daba algo de paz, pero aún así no podía dejar de sentir como si hubiese cometido el peor error de mi vida.

Salí de la cama, tomé la camiseta de mi compañero y me la coloqué rápidamente. Abrí la puerta de la habitación, saliendo lo más silenciosa que podía en dirección a la cocina ya que mi estómago estaba rugiendo como si no hubiese comido en siglos.

Mientras caminaba trataba de acomodar mi cabello, ya que este se me iba hacia delante al bajar las escaleras. Avancé hacia la cocina y una vez dentro toqué el interruptor, encendiendo las luces.

Casi salto del susto al ver una figura recostada contra la mesada, con una copa transparente en la mano que contenía un líquido oscuro y rojizo. Los ojos del susodicho volaron hacia mi persona y sentí que el cuerpo se me congelaba.

Era Adley.

Mis ojos se desviaron hacia su torso completamente desnudo, que si bien había cierto grado de delgadez, eso no impedía que se viesen las marcas de sus abdominales. Tenía un brazo afirmado a la mesada y el otro estaba en el aire, sosteniendo la copa. En sus caderas traía un pantalón negro de algodón que amenazaba con dejarse caer en cualquier momento.

Por un segundo mi mente fantaseó con acercarme a él y terminar por quitarle la prenda que me impedía ver qué más escondía Adley. Pero rápidamente me avergoncé del rumbo de mis pensamientos, desvié la vista de la suya, mordisqueando mi labio con fuerza para distraerme.

–Wendy.

Su voz salió en un susurro que se me antojó aterciopelado. Ladeó la cabeza y me hizo una seña para que me acercara.

Pero yo no quería.

Al ver que no me movía de mi lugar, chasqueó la lengua y abrió la boca.

–Wendy, ven aquí –ordenó.

Mi cuerpo volvió a recobrar sentido y mis pies se movieron automáticamente hacia él, como si tuviese algún tipo de imán que me arrastrara hacia su persona.

Una vez quedé parada a un paso suyo, este extendió la mano, tomando mi muñeca y acabando con la distancia entre nosotros. Sus piernas estaban abiertas y mi cuerpo encajaba perfectamente entre ellas. Me vi obligada a levantar la cabeza para verlo mejor, a su vez este bajaba la suya hasta que su naríz rozó mi frente.

Los malditos Peyman| #1|+18|Terminada ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora