Epílogo

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Cristal

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Cristal

Hundí los dedos en la carne de mis rodillas, jadeando como un perro y me dejé caer en la fría y húmeda tierra, cansada de toda la carrera que llevaba desde que había huído de aquel lugar.

Me tomé estos segundos para procesar lo que había sucedido hace unos instantes y la verdad de la situación se abalanzó sobre mi como una enredadera, amenazando con asfixiarme.

Wendy.

Adley.

Barclay.

Kasey.

Caley.

Harvey.

Los Peyman en su máxima expresión.

Estaban muertos.

Realmente se habían ido, para siempre. No más gritos, ni quejas, ni confusión, ni humillaciones, ni manipulación. No más dolor, ni llanto, ni odio. Ya no más.

Quizás Wendy había comenzado todo este reinado de confusión y ardiente dolor, pero yo... Yo, lo había terminado para todos. Se había acabado.

Los Malditos Peyman habían muerto de verdad.

Una carcajada histérica brotó desde el fondo de mi garganta, sonando más al ladrido de una hiena que a mi propia risa, sin embargo me vi detenida al sentir como algo comenzaba a gestarse en mi estómago, ascendiendo por mi garganta y sin esperarlo vomité sobre la hierba del bosque.

Un líquido negro y espeso, muy parecido a la brea, salía a borbotones por mi boca, clavé los dedos en la tierra con fuerza, buscando aferrarme a algo para evitar caerme de cara a lo que sea que estaba devolviendo y segundos después me detuve, algunas arcadas volvieron al instante y luego de eliminar algunos hilos más de aquel líquido, me pasé el dorso del brazo por la boca, eliminando los restos de esa cosa.

¿Qué demonios era esa cosa?

Me llevé la mano al estómago y me dejé caer de costado, hecha un ovillo al sentir un profundo dolor pinchar mi vientre, como si miles de agujas se encajaran en mi interior e intentaran abrirme desde dentro hacia fuera. Gimoteé, sintiendo como la piel se me estiraba y endurecía para luego volver a su sitio.

-Ayuda -sollocé estirando la mano por la tierra, queriendo aferrarme a algo, a alguien.

Al principio no sentí el ligero cambio en el aire, ni pude distinguir la espesa niebla negra que comenzaba a inundar el suelo hasta que comencé a ser consciente. La piel se me erizó de espectación y por un segundo creí que los Peyman se aparecerían ante mi como mis propios demonios personales, pero no fue así.

Los Peyman nunca aparecieron.

Pero una mujer si.

Lo primero que vi fueron unos finos pies con las uñas pintadas de rojo, envueltos en unas sandalias negras con miles de cintas que se envolvían en unas pálidas piernas hasta las rodillas, seguí subiendo viendo unas caderas anchas, una cintura pequeña y unos senos generosos que eran envueltos en finas telas rojas con miles de piedras coloridas, acompañado de un escote pronunciado en V. El vestido se abría a ambos lados de las caderas, enseñando sus piernas. Llevaba unos brazaletes plateados en las muñecas tapando una parte de los extraños tatuajes que comenzaban en la punta de sus dedos y subían hasta sus hombros, además tenía un extraño collar colgando de su cuello con un símbolo que no pude identificar desde mi posición en el suelo. Su largo cabello negro caía en suaves ondas por su espalda y no pude evitar fijarme en la corona negra que estaba sobre su cabeza, revelando que debía ser algún ser importante del cual yo desconocía por completo. Sus labios estaban fruncidos en una mueca de fastidio y sus bien depiladas cejas elevadas. Sus ojos, de un gris nebuloso que parecían más vivos que todo este bosque, miraron todo con una profunda calma hasta que bajó la vista hacia mi persona.

Podría jurar que era algún tipo de ser místico. La forma de su rostro, el relleno de sus labios carmín, la perfecta curva de su nariz, las largas pestañas. Era una belleza deslumbrante, casi dolorosa. Me recordaba a las diosas de la antigua Grecia ¿Y si era una diosa de verdad? ¿Existían siquiera?

-¿Para qué me has llamado, sobrenatural?

Incluso su voz era algo de otro mundo. Demasiado suave, demasiado sedosa. Parecía que me estaba coqueteando y no preguntando algo. Sacudí la cabeza, tratando de despejarme del extraño hechizo de su voz hasta que mis ojos cayeron en el anillo dorado con una piedra rojo sangre en su dedo anular.

¿Estaba casada, acaso? Mis respetos al hombre o mujer que tuviera semejante criatura durmiendo a su lado.

-Yo... -tosí un poco, eliminando más del líquido negro -No te llamé.

¡Carajo, ni siquiera la conocía!

La mujer bufó e hizo la tela de su vestido hacia atrás para luego acuclillarse a mi lado, lo suficientemente lejos como para que mi vómito no la tocara.

-Si tú no me llamaste, tú dolor lo hizo por ti. Ahora dime, sobrenatural ¿Qué quieres que haga con tú veneno?

¿Mi veneno?

El líquido negro que estaba vomitando ¡Claro que si, esos hijos de puta me habían envenenado!

-Quítamelo, quítame el veneno.

La mujer suavizó sus gestos y por alguna razón eso no me gustó.

-No puedo detener una transformación, pero puedo retrasarla para darte algo más de tiempo ¿Quieres eso, sobrenatural?

No quería retrasar lo inevitable, pero me negaba a dejarme ser consumida por la mierda de los Peyman. Incluso muertos debían buscar la forma de joderme ¿No? Tenía ganas de revivirlos sólo para volver a matarlos de una forma mucho más dolorosa.

Todo culpa de los Malditos Peyman.

-Hazlo.

Ella alzó una ceja como si me estuviera tratando de decir algo y no comprendí por unos segundos lo que trataba de decirme hasta que la vida con los Peyman y sus tratos sucios me hicieron suspirar.

Quería algo a cambio.

-¿Qué quieres a cambio?

La mujer esbozó una sonrisa felina que me puso los pelos de punta. La condenada se veía bien incluso siendo diabólica.

-Tendrás una deuda conmigo que me cobraré cuando yo quiera, el día que sea y no podrás negarte hacer lo que te digo ¿Entiendes? -asentí, comprendiendo el peso de sus palabras.

¿Por qué siempre debía estar atada a algo?

Estiró la mano, tomó mi muñeca y en cuanto sus dedos se cerraron en torno a mi piel, no pude evitar dejar salir un siseo doloroso al sentir un ardor recorrerme entera, como si acabaran de inyectar una dosis de fuego. Era demasiado. Sentía demasiado. Pero aún así podía ser consciente de cómo el dolor comenzaba a disminuir poco a poco, como si me hubiesen anestesiado.

-Por cierto, debes ser consciente de que mientras más te niegues aceptar el veneno, lo más probable es que mueras de agonía o que el veneno termine por consumirte a la fuerza -inclinó la cabeza, clavando esos tormentosos ojos grises en mi -Y hasta donde supe, la última persona que fue consumida, dejó de ser ella misma para volverse un algo y no un quién.

Se levantó, enderezándose en toda su majestuosa altura.

-Si me necesitas, sólo di mi nombre.

-¿Y cómo te llamas?

Me sonrió, una sonrisa felina y elegante que me secó la garganta.

-Venus, uno de los cuatro jinetes del apocalipsis.

Y así, sin más, se esfumó en el aire.

Bien, que comience mi batalla con el veneno.

Fin del epílogo...

Parte 1

Los malditos Peyman| #1|+18|Terminada ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora