8| Esperanza

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Günther

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Günther

La ayudé a levantarse del suelo, admirando como la herida de su pierna sanaba rápidamente hasta cerrarse por completo, dando lugar a la tersa y suave piel femenina.

Guardé la daga en mi cinturón, tomé a Emely de la muñeca y la llevé conmigo hacia la parte delantera del club, ganándome varias miradas curiosas por parte de todos los que hacían la fila. Le pedí al chico que trajera mi auto y salió disparado a buscarlo.

-¿Me lleva a su casa, señor Lennox? -susurró colocándose delante mío y posando una mano sobre mi pectoral por encima de la camisa.

-¿Crees que soy tan descuidado como para llevar a una extraña a mi casa? -le devolví el susurro tomando su otra muñeca, menteniéndola quieta -Además ¿Cómo demonios sabes quién soy?

Sonrió, coqueta.

-Lo he estado observando, señor Lennox -ronroneó poniéndose de puntas, refregando su naríz por mi cuello como un gato -Usted y su mellizo son vampiros excepcionales.

-Basta de charlas -gruñí dando un paso al frente, obligándola avanzar hacia el auto que ya se encontraba estacionado.

Abrí la puerta del copiloto, metiéndola en el asiento y colocándole el cinturón de seguridad, cerré la puerta y fui a mi sitio, cerré la puerta y arranqué a todo lo que daba, derrapando las ruedas sobre el asfalto.

El viaje a uno de mis tantos hoteles fue en silencio. Sin embargo me aseguré de mantener un ojo en la chica, observándola de reojo para asegurarme de que no se esfumara de golpe.

Una vez en la entrada del hotel le lancé las llaves al botones, saqué a Emely de su lugar y la arrastré conmigo hacia los elevadores, en el camino varios trabajadores se inclinaron ante mi presencia, mostrándome sus respetos. No les correspondí, simplemente me adentré a la caja de metal, saqué la llave especial que llevaba a mi habitación y la introduje en el tablero de botones junto a la contraseña.

-¿No vas a decirme lo que buscas? -pregunté guardando la llave devuelta en el bolsillo de mi pantalón.

-¿Por qué debería buscar algo?

Solté una carcajada sin humor, no creía en nada de lo que decía.

Durante siglos vagué por este mundo estudiando el comportamiento de los demás y había llegado a la conclusión de que todos éramos egoístas, incluso el hombre más devoto a Dios tenía intenciones egoístas. No había un ser en la Tierra verdaderamente puro que no escondiera algo más detrás de sus acciones. Por eso razón es que no terminaba de confiar en Emely, no me tragaba su carita de niña buena y aquellos ojos, completamente antinaturales, no me permitían bajar la guardia.

Las puertas del elevador se abrieron y la empujé bruscamente al interior de la sala, desenfundé la daga de su funda, tomé una silla colocándola al revés y tomé asiento con las piernas abiertas a cada lado, recostando los codos en el respaldo mientras hacía jugar el arma entre mis dedos.

Los malditos Peyman| #1|+18|Terminada ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora